Jonny Hidalgo
La industria de la energía requiere de fuertes inversiones que garanticen su crecimiento y continuidad operacional, propiciándose procesos de contratación de obras que de ser viciados ponen en riesgo al sistema energético.
Un contrato de obra regula la relación entre el contratante y la contratista, es la herramienta decisiva en la resolución de conflictos entre ellos. Quienes vician un proceso de contratación, asumen que los conflictos no aparecerán, pues realizan un concierto para delinquir. Cuando pasan los efectos de la embriaguez por endiosamiento, no tienen “ratón moral” pero temen a las sanciones que implican los actos de corrupción. Así, los intereses personales se sobreponen a los objetivos del proyecto, se pierde el sentido de dirección y se desvirtúan los criterios para la toma de decisiones.
En tales condiciones los conflictos emergerán, ¡sin duda alguna!; los actores implicados tratarán de ocultarlos y las causas serán más difíciles de identificar. Pensarán que son los mismos socios que corrompieron la contratación y creerán que pueden resolver el conflicto de manera amistosa; pero el proyecto no avanzará, no por falta de voluntad política, sino por tantos problemas acumulados que limitarán la viabilidad física.
Con la obra notoriamente paralizada, se excusarán ante actores externos con clásicos argumentos: “falta de pago”, “el personal no da la talla”, “falta de comunicación”, “otro proyecto está peor”, etc. Los actores externos tendrán otras prioridades y en el mejor de los casos solo cambiarán a las autoridades del proyecto. Después de un buen tiempo, ante la desnaturalización de los objetivos y los cambios en las condiciones de entorno, la salida más cómoda será sacrificar al proyecto o entrar en una nueva contratación; en ambos casos el contratista tendrá que aceptar las condiciones de terminación anticipada de la obra, y esto solo acrecentará el conflicto.
El proyecto podrá salvarse si tiene dolientes. Si ellos existen, tendrán que hacer grandes esfuerzos para comprender bien el problema y encontrar “soluciones”. Sufrirán las miserias de quienes envilecieron la administración. Seguramente serán los más débiles y los menos remunerados. Para no entonar la canción que dice “por la clase de salario que a mí me pagan, no voy a arriesgar la vida que Dios me diera”, tendrán que analizar la situación suficientemente para definir un propósito claro y trascendente que les permita mantener la convicción de que salvar el proyecto vale la pena.