El lunes 28 de mayo de 2018 unos hijos del capitalismo merodeaban los alrededores de la mezquita Ibrahim Ibin Abdul Aziz Al-Ibrahim, la más grande de Latinoamérica. Cuando de ella salió en su carro el cantautor Evio Di Marzo, estos agentes del mal le dispararon para robarle el vehículo. La víctima es un creador, de esos que cantan desde las Nubes en el cielo a una Linda guajira, a la Muñeca de porcelana y a la Niña hermosa, de esos que viven Adentro, en los Sueños de ancestro lejanos a la Era nuclear. Evio Di Marzo nació en Caracas el 23 de mayo de 1954.
Evio era antropólogo egresado de la “Casa que vence la sombra”. En la Escuela de Sociología de esa universidad dictó la asignatura Concepto de Muerte y Desarrollo Tecnológico Estudios de Antropología de La Muerte entre 1988 y 1991. En su canto describe cómo desea el viaje a la eternidad: “Yo me quedo en Venezuela, yo me muero en Venezuela, y antes de que algo suceda yo ya me habré escapao para una playa de Oriente con una india de Occidente. A mí no me sacan ni amarrao a menos que me agarren desprevenido, que me cacen por la Guaira a orilla de cualquier playa, y me maten por los Andes, y me entierren por Guayana para perderme con tucanes, garzas y otros animales, y cenizas de los indios”.
Gracias, Evio, por ese oasis en Altamira donde comíamos pizzas y compartíamos nuestra música y por el Carne y frijol de Conde a Principal. En la década de los ochenta no te cansabas de decir Yo sin ti no valgo nada con toda la adrenalina del Caribe. Del país rodeado por los mares Tirreno, Mediterráneo, Jónico y Adriático, De donde viene tu nombre, llegaron tus padres al Caribe rebelde, el de Pico y pala, el de la Selva del tiempo, el de La espuma del mar. Aunque sabes que No es fácil amar a una mujer (sobre todo si es Dulce y amarga) le decías a una de ellas cariñosamente Tonta, Muévete, Nunca te olvidaré.
Gracias, Evio, por contarnos que “mucho antes de que llegaran los españoles, ya en América los indios dominaban las estrellas, ya en América los indios dominaban la belleza. Mucho antes que llegaran las pistolas ya en América existían las ciudades y los campos, ya en América vivían las mujeres y los niños y en las tardes la gente se mecía al compás de los dioses”. Gracias, Evio, porque “más allá de la búsqueda entra un canto tuyo sin fin, te llevas al bolsillo tu destino y a paso é morrocoy te vas diciendo a Dios… que yo me muero en Venezuela”.