Pedro Gerardo Nieves
En la acepción de la non sancta Real Academia Española, la palabra Cobarde significa: “Pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas”. O algo “Hecho con cobardía”.
Evidentemente, la entrada no contiene el indignado prurito emocional que causan las acciones de los cobardes y, como suele pasar, se queda corta la palabra y su significado cuando vamos a los hechos que cometen algunos seres humanos.
Es el caso de la oposición fascista venezolana y, más aún, de sus altos personeros. Nos referimos casualmente a aquellos que fueron dibujados por los aparatos mediáticos internacionales como “valientes paladines de la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión» que hoy grotescamente ofrecen el espectáculo asqueroso y abyecto de la más brutal cobardía, doblez y olímpica irresponsabilidad.
Apenas tomaron el poder de la Asamblea Nacional delinearon y anunciaron sus intenciones y le dieron viva resonancia. ¿Legislar, ser foro político nacional, atender al pueblo? No, qué va. Los fascistas anunciaron con sonrisas de empalagosa felicitación que en meses, quizás días, iban a echar el gobierno; ¡iban a tomar el poder para traernos el paraíso de Dios en la tierra que para ellos son los paraísos neoliberales! Luego empezaron a dar tumbos y se cagaron las elásticas, porque el pueblo no les respondió.
Armaron entonces una operación de violencia inmisericorde que mandó a muchachos y aventureros a meterle el pecho a la muerte y fabricaron, como buitres que son, falsos positivos que dejaban claro para la avidez sangrienta del mal llamado “primer mundo” que en Venezuela se violaban los derechos humanos. Por supuesto que ni mencionaron los inocentes quemados vivos en tan rufianescos sucesos.
Pretendieron acabar con el país y no les tembló el pulso para dirigir, desde adentro o desde afuera, a los delincuentes paramilitares que contrataron para matar y saquear. Mientras, saboreaban y se vacilaban la buena vida y aparecían engominados y con cutis lozano ante las cámaras de tv para las audiencias internacionales. Según los arrogantes análisis que les elaboraban sus oráculos multinacionales todo parecía desembocar en un “feliz” victoria para la revolución de laboratorio genesharpiana que habían lanzado a la calle.
Eso sí: se encargaron de enviar a sus hijos y seres queridos a dorados exilios en el extranjero mientras los venezolanos que mandaban a las calles a guarimbear, para ellos desechables y fungibles como un condón, caían en controvertidos enfrentamientos o víctimas ellos mismos de las armas que fabricaban como aprendices de la muerte.
Pero hete aquí que de pronto apareció, desde la Constitución Nacional misma e impulsada por el Poder Originario, un instrumento poderoso que acalló la violencia y cuya contundencia hizo añicos el guión criminal que comandaba la violencia fascista. Y el acábose se terminó de verificar cuando en sus primeras y soberanísimas decisiones decidió convocar a elecciones a gobernadores.
Luego del palazo oficial, los opositores fascistas muy mondos y lirondos, recargados otra vez por sus oráculos, se frotaban las manos y botaban la baba: dominamos la opinión pública y les vamos a ganar un 500% de las gobernaciones, decían engreídos.
Lo demás es historia. El pueblo se pronunció y le mostró una electoral puñeta a los cacos fascistas. Hoy quieren tomar las de Villadiego cuando son requeridos por la justicia y huyen, como cobardes.