Por Pedro Gerardo Nieves
Por razones de trabajo político me he ubicado temporalmente en el municipio “Ezequiel Zamora” en el estado Barinas, cuya capital es Santa Bárbara.
No es la primera vez que me avecino allí en tan hermosa comarca. De hecho, muchos ires y venires a ese poblado han hecho despertar afectos, amistades y querencias.
Sin embargo, luego de temporadas por Caracas, (la dura ciudad), otros ojos he utilizado para ver a este industrioso y noble pueblo. ¿Bellezas y riquezas naturales? Por montón, como en toda nuestra Patria. Pero la conjunción de andinos y llaneros en que ha resultado este pueblo me deja el pálpito, la sospecha, de que me encuentro en otro país.
No es que sea propagandista de este municipio, aunque bien lo merecería. Pero comparar los procederes de la gente con los centrales, esos que habitantes de las urbes que viven encaramados en apartamentos, cuyos niños juegan en centros comerciales, donde las madres creen que el sánguche o la hamburguesa son comida, me introduce en el espinoso e ingrato terreno de las comparaciones.
I
Justo cuando iba a pagar una torta en una cafetería PUM, se fue la luz. Luego de los naturales apremios, la cajera con una sonrisa en la cara me dijo: Tranquilo señor, viene mañana y paga. Rápidamente recordé el episodio caraqueño donde ante equivalente circunstancia el dueño del restaurante peló por un pistolón y exclamó, evidentemente rascao: Bueno señores. Nadie se me mueve de las mesas hasta que traigan el efectivo, porque se cayó el punto por este gobierno de m…
II
Era la fiesta de la JPSUV, una matinee, me dijeron. Los chamos bailaban demostrando sus mayores o menores capacidades dancísticas. Uno de los chamos arroja su vaso vacío al piso, pero es pillado por una chama al otro lado de la pista de baile. Culpable, el carajito sigue bailando y se hace el pendejo, pero es abordado por la carajita, quien lo manotea con firmeza y suavidad mientras le dice: Mira chico, botastes el vaso. Recógelo y échalo en la papelera. El chamo, un poco aturdido por ser sorprendido en flagrancia, con valentía recoge el vaso y lo tira con precisión al cubo de basura.
Ahí recordé al padre caraqueño que, bravucón, ordenó a su hijo tirar la botella de plástico por la ventana del auto “para no ensuciarlo”, sabiendo que es el mismo tipo de padre que regala prótesis mamarias a su hija de 15 años para que sea carne fresca de viejos platudos y raboverdes como él.
IV
En el lugar donde desayuna sabroso y barato medio pueblo de este pueblo, vi llegar al chamo en su bicicleta. Colgaban de la canasta de carga muchas botellas de leche de vaca, empacadas con rudeza pero higiene en envases de cocacola.
“Chamo, la gente se mamó de esperar leche en polvo, o la leche líquida esa que es pura agua blanca. Por eso ahora vendemos leche de vaca bien sabrosa y nutritiva directico de las fincas de por aquí cerca. Ahora dependemos solo de nosotros, y de nuestras vacas”. Así dijo Melesio, el lechero, quien fue confirmado por Yoleida, la cocinera que prepara una pizca andina de rechupete.
V
¡Pija cámara, picó un bagre!, gritó Rufino, un llanero sombrerúo. Pero la sorpresa era que el animal no llegaba ni al medio kilo. Con cuidadito Rufino le sacó el anzuelo al bagrecito y con la misma suavidad lo volvió a meter en el agua. “Es criminal que uno se coma un pescaíto de esos. Hay que dejarlos crecer y que se reproduzcan, evitar la pesca con explosivos y barbasco, porque hay que cuidar la tierra y el agua que nos da la comía”, dijo el viejo.
Esas y otras mil estampas he visto en Zamora. Es otro país. El país que queremos.