Recomiendo la lectura de la novela El Hombre Invisible, del escritor británico H. G. Wells. Fue publicada por primera vez en 1897 y de inmediato se convirtió en un éxito literario. La obra trata acerca de la vida de H. Griffin, un científico sin probidad que realiza experimentos con los que logra hacerse invisible.Al comienzo todo fue inocuo: “Me entraron ganas de bromear, de asustar a la gente, de darle una palmada en la espalda a algún tipo, de tirarle el sombrero a alguien, de aprovecharme de mi extraordinaria ventaja”, se dijo. Pero luego pensó en obtener provecho pecuniario, en sacarle partido a su nueva condición: roba todo lo que está a su alcance, amparado en el hecho de que no puede ser visto. Planea hacerse rico y no ser castigado por sus delitos. Como ninguna persona puede verlo, nadie puede denunciarlo y mucho menos llevarlo a la cárcel. Conseguirá, así, disfrutar impunemente de la riqueza que acumula con sus robos y fechorías.
Sin embargo, no todo sale como estaba planeado. La codicia rompe el saco. Llega el momento en que roba todo lo que está a su alcance, y a toda la gente que hay a su alrededor; al punto que termina apropiándose también de los bienes de los más pobres, asunto que lo tiene sin cuidado. Se sabe invisible y se siente invencible. Este fue su punto débil, creer que su poder era ilimitado, que podría seguir robando indefinidamente y que nunca sería atrapado. Entonces se descuida, deja rastros perceptibles de la riqueza mal habida y evidencias notorias de la autoría de sus delitos. Todo apunta hacia él, aun cuando es invisible. Cuando trata de escapar es perseguido por sus víctimas, que logran dar con él a pesar de no verlo; “un trabajador lanza una pala golpeando al hombre invisible derribándole al suelo, donde los demás peones le golpean violentamente. El hombre invisible muere por estas heridas volviéndose visible su cuerpo desnudo y maltratado”.
En Venezuela, al parecer, ha habido unos cuantos hombres invisibles. Durante un periodo disfrutan del don de la invisibilidad y ejercen impunemente sus delitos. Nadie los ve, nadie los acusa, nada los delata. Lo más llamativo es que a su alrededor todo se hace también invisible aunque esté a la vista: facturas con sobreprecio, maletines con dinero en efectivo, galpones de productos acaparados, containers de mercancía prohibida, gandolas destinadas al contrabando, autopistas donde circulan delincuentes buscados por la justicia, etc.
No obstante, con el paso del tiempo estos hombres invisibles comienzan a hacerse visibles. Su corporeidad la van adquiriendo a través de las cosas que compran con el dinero substraído: grandes propiedades, selectos clubes, costosos vehículos, rentables empresas, vistosas prendas, atractivas parejas. Sus nuevos hábitos, marcados por la opulencia en un país donde no ha sido erradicada la pobreza, los expone a la mirada de los otros. Fastuosas fiestas, frecuentes viajes al exterior, prolongados asuetos, exclusivas prebendas, contactos importantes los delatan.
Cuando finalmente se visibilizan ante el resto de la gente, descubrimos que no solo ellos eran invisibles, sino que un poderoso sector de la sociedad era totalmente ciego. No había sido capaz de ver lo que estaba a la vista, lo que la mayoría veía. Peor aún, cada vez que alguien alertaba acerca de las evidencias de fortunas mal habidas por parte de funcionarios civiles o militares en connivencia con supuestos empresarios, en vez de adelantar una discreta investigación imparcial en torno a los hechos, se acusaba automáticamente al denunciante, se le exigía que entregara pruebas, se le exponía al escarnio público y se le señalaba como detractor. De modo que en varias oportunidades el denunciante pasaba a ser acusado; y el acusado se convertía en víctima y acusador. Así, se desestimulaba el ejercicio de la crítica, y se criminalizaba cualquier sospecha. Según el refrán popular ¡no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Afortunadamente, los recientes hechos de combate a la corrupción han significado un salto positivo para la Revolución. Nos indican que ya nunca más habrá hombres invisibles que se aprovechan de su condición para enriquecerse impunemente, ni funcionarios ciegos que no ven lo que está a la vista y que en la práctica se convierten en sus cómplices. De la continuidad de esta práctica depende, en buena medida, la credibilidad de la Revolución y el liderazgo de nuestros dirigentes. No puede haber más delitos sin castigo, delincuentes que no son vistos, ni líderes ciegos. A partir de ahora la Justicia será la única ciega: no distinguirá entre un alto funcionario “rojo rojito” y cualquier otra persona. Aplicará por igual la ley en ambos casos. ¡Ganará la Revolución y Venezuela!