Estaba cerca de cumplir 96 años a fines del mes de julio, sin embargo, tenía el espíritu y la imaginación de un niño de 8 años. Castillito como lo llamábamos, fue un hombre de alegría y humildad infinita; y por sobre todo contaba con una voluntad de hacer y soñar excepcional.
La primera vez que estreché su mano fue en el año 1997, pues lo habíamos invitado a acompañarnos a una función para niñas y niñas de varias escuelas públicas que atendíamos a través del programa Visita el Cine de la Fundación Cinemateca Nacional.
Recuerdo cómo le brillaban los ojitos al viejo cuando se levantó de la butaca a conversar. Saludó y empezó a hablar sobre los dibujos animados, del cineasta Norman Mc Laren, y también de personajes, cuentos y fábulas venezolanas. De pronto como quien saca caramelos del bolsillo, hurgó en una “busaquita” que cargaba cruzada en el pecho, y nos mostró un montón de cintas de celuloide intervenidas unas con marcador, otras con tinta china y hasta un alfiler. En ellas, cuadro a cuadro, creaba sus historias. Las niñas niños se agolparon a su alrededor, y entre las cintas apareció Conejín, su primer corto, el cual, tras dos años de trabajo, resultó ganador del Festival Internacional de Cine de Filadelfia en 1975. En una oportunidad contó que fue Joaquín Cortés quien lo animó a participar, y meses después, vía correspondencia le informaron que ese conejito promotor de la paz que vuela un papagayo había ganado. Constató además que, en esa edición se exhibió Un Rey en Nueva York, de Charles Chaplin.
Castillito dejó que los sueños inundaran su vida y continuó haciendo cine. En 1985, su corto La hormiga de Hiroshima se presentó en el Festival Internacional de Animación de Hiroshima en Japón y en el Festival Internacional de Cine Documental y de Animación de Leipzig en Alemania. Ese año, ganó el premio Hans Christian Andersen, en el Festival Internacional de Cine de Odense en Dinamarca por La cueva. Hace unos años fue galardonado con el Premio Nacional de Cultura 2012-2014, mención Cine y este año, el Día Nacional del Cine, recibió la orden Francisco de Miranda.
Hace unos años, los cineastas Luis y Andrés Rodríguez realizaron el documental Los sueños de José Castillo, el cual, constituye un documento de gran valor testimonial para conocer al maestro. Allí, desde la intimidad de su casa, llena de libros apilados, papeles, tallas de madera y dibujos, nos dice: “Uno está acompañado de una gran cantidad de espíritus y de sonidos, de colores y de brisas del mar o de la montaña, todo eso hace posible que las ideas sean las ideas más bonitas, más importantes en el sentido del momento que se esté laborando en soledad”.
Un abrazo maestro, sé que desde el cielo, y montado en la luna, Conejín nos mira.