En la obra Los viajes de Gulliver el escritor irlandés Jonathan Swift (1667- 1745) cuenta que el personaje central de su relato visitó una isla voladora llamada Laputa. Sus habitantes poseen un gran talento para el razonamiento abstracto, pero son incapaces de emplear sus conocimientos con fines prácticos. Pueden resolver grandes problemas de orden teórico, pero nunca hallan soluciones factibles a necesidades reales. Por ejemplo, mediante complejas fórmulas descubrieron dos satélites de Marte, y calcularon con gran precisión la trayectoria de 93 cometas; sin embargo, jamás lograron diseñar adecuadamente sus viviendas, ropa y calzado.
Además, se hacen acompañar de ayudantes llamado “agitadores”, quienes se sirven de un palo en cuyo extremo va atada una bolsa rellena de guijarros con la cual les golpean en la cabeza para poder sacarlos del ensimismamiento. La razón es que viven tan absortos en sus propias especulaciones que pierden contacto con la realidad. No pueden ver ni oír lo que otros les dicen si no se les hace volver en sí mediante golpes. Aun así se niegan a ejecutar cualquier acción concreta: su mundo es el de las teorizaciones sin asideros prácticos.
En ciertas instituciones de la sociedad venezolana ocurre algo similar. Un ejemplo de ello lo tenemos en nuestras universidades. Allí se discute acerca del modelo rentista petrolero y su necesidad de superarlo mediante la activación de la producción nacional. Sin embargo, la estructura administrativo- financiera y el marco legal de estas instituciones dificultan que ellas mismas dejen de ser un subproducto parasitario del rentismo y se conviertan en activas entidades productivas. La Universidad es una máquina hecha exclusivamente para absorber recursos del Estado y para gastar. Es como una inmensa boa que engulle presupuestos. No permite producir, mucho menos mercadear, comercializar, obtener dividendos, invertir o financiar al Estado, a la comunidad o a sí mismas.
Si buscamos la planificación de cualquier centro de educación universitaria y consultamos su Plan Operativo Anual (POA) veremos que no prevé nada en relación con la producción. Se limita a recibir dinero y gastarlo. De modo que todo el discurso contra el rentismo que allí se da es pura declaración y pose. En estos tiempos que exigen soluciones concretas a problemas reales, estas islas de Laputa no asumen el desafío de producir y resolver. Discurren largamente acerca del modelo rentista, critican… y gastan.
Ahora bien, para que las universidades se transformen en espacios productivos, deben romper con la noción de claustro que prevalece en la mayoría de ellas (la palabra claustro viene del latín claudere, que significa «cerrar») y abrirse a la realidad de una nación en crisis que exige que sus centros de educación universitaria se orienten a resolver problemas económicos reales. Dejen de ser una pesada carga y se transformen en un baluarte, en una fortaleza. Para lograrlo es indispensable, además, superar el prejuicio de que en las universidades únicamente se dictan clases y se hace un poco de investigación y extensión. Lamentablemente, como decía Einstein: “es más fácil destruir el átomo que un prejuicio”. Producir es visto como un anatema, incluso en las universidades creadas por la revolución, aun después que se ha acentuado la crisis y que se hace impostergable la creación de espacios socioproductivos que satisfagan las necesidades de la población.
Pero ha llegado la hora de que las universidades produzcan y retribuyan. Para ello es indispensable transformarlas, de pedigüeñas y consumidoras, en productivas y emprendedoras. Sin esto, todo lo que se diga en relación con la producción y el rentismo es pura teorización vacua e incomprensión del momento histórico. Tributa al fortalecimiento de lo que Rodolfo Quintero llamó “cultura del petróleo”, y por ende acentúa el estancamiento económico y estrecha los lazos de dependencia.
En esta etapa de la Revolución, cuando Venezuela ha visto vulnerada su capacidad productiva por enemigos que pretenden someternos a un nuevo coloniaje, producir es un acto de soberanía e independencia, de amor por nuestra gente. Por consiguiente, las universidades deben transformar su estructura administrativo-financiera, su marco legal y su mentalidad de claustro. Ampliar sus propósitos tradicionales (docencia, investigación y extensión) para emerger como florecientes centros productivos asociados a nuestros proyectos de emancipación. De lo contrario el pueblo asumirá el papel de “agitador” de estas islas de Laputa y las sacará de su enclaustramiento.