Aplacar conspiraciones
Las noticias de planes conspirativos para separar la Gran Colombia estaban a la orden del día. Fue así que a finales de 1826, el Libertador partió desde Perú y decidió regresar a Venezuela en incansable cabalgata. Su visita no era de cortesía sino que obedeció a la ineludible responsabilidad como líder de apaciguar el movimiento secesionista que amenazaba el proyecto de la Gran Colombia, con Páez a la cabeza, conocido como La Cosiata. Apenas llegó a Maracaibo, el 16 de diciembre escribió al general Mariano Montilla, intendente de Cartagena: «Venezuela arde en guerra civil (…). Los partidos y las partidas se baten por todas partes. Yo parto pasado mañana con las tropas que he sacado de aquí para irme a poner entre Páez y Briceño, que manda en Puerto Cabello».
Inmediatamente hizo una proclama para evitar la guerra fratricida y anunció la realización de una Gran Convención Nacional. Inició su periplo por Coro, Puerto Cabello, Valencia y La Victoria antes de llegar a Caracas. El 4 de enero se encontró con Páez en Naguanagua, quien se había adelantado para recibirlo. Dicen que cuando se avistaron, desmontaron y se abrazaron con una efusión de viejos amigos. Cuentan que fueron hasta la casa de Páez en Valencia y que apenas entró, Bolívar se quitó la espada y la tiró al suelo, mostrando así su confianza. Tras reunirse largamente Páez fue ratificado como única autoridad civil y militar bajo el cargo de Jefe Superior de Venezuela, pero con el mandato de reconocimiento y obediencia a la autoridad de Bolívar como Presidente de la República.
Aquel 10 de enero
Ese día, un 10 de enero de 1827, fue día miércoles. Caracas amaneció más temprano, todo el pueblo estaba ajetreado con los preparativos para recibir al Libertador. Su entrada la realizó en medio de una imponente manifestación de alegría colectiva, la cual fue descrita por Sir Robert Ker Porter, Cónsul de la corona inglesa y encargado de Negocios en territorio venezolano en su diario, de la siguiente manera:
“El día despuntó con todo el ajetreo y los preparativos para el triunfo del Libertador al son de tambores y trompetas. El pueblo, de toda clase, dentro y fuera de sus casas acicalándose, decorando sus ventanas y las calles; haciendo uso de sus prendas más alegres, decorando sus hogares con ramas y palmas entretejidas con flores, las ventanas con trapos de colores, vestido de traje típico con los colores de la bandera nacional. Cientos de personas se ocupaban de adornar los arcos de triunfo que se levantan a una distancia de cincuenta yardas uno de otro, todos con laurel y palmas, algunos drapeados con festones irisados cubiertos de lemas patrióticos sobre los últimos acontecimientos, victorias pasadas de Bolívar y Páez, y vivas a los dos en letras gigantescas.
(…) una infinidad de personas de todas clases, colores e inclinaciones políticas y religiosas, borrachas y sobrias, que se apretaron para presenciar la gloriosa entrada del Libertador. A las dos de la tarde se anunció que Bolívar no estaba muy lejos. Un carruaje pequeño tirado por dos caballos, guiado por un comerciante alemán, los recibió a él y al General Páez, ambos espléndidamente vestidos con sus uniformes más elegantes.
El vehículo iba precedido por las autoridades constituidas, rodeadas de oficiales y edecanes, todos a caballo. Después venían los extranjeros con sus estandartes, la caballería voluntaria de la ciudad y multitudes de gente regocijada, gritando ¡viva Bolívar, viva Páez, viva Colombia! Disparando pistolas, escopetas, cohetes y haciendo otras demostraciones de alegría y lealtad o, mejor dicho, afecto.
Ventanas y terrazas estaban repletas de damas en sus más alegres y ricas ropas, que les lanzaban flores de todas clases, y derramaron agua de rosas sobre los héroes y los dormanes de sus dorados uniformes. Eran muchas las que lloraban lágrimas de alegría, y el mismo sentimiento rodaba incluso por las mejillas de sus esclavas. Bolívar mantuvo un semblante solemne pero afable, inclinándose ante todos y, de vez en cuando, quitándose el sombrero (…)”.
La espada de Bolívar
Los días subsiguientes a su llegada recibió diversos agasajos donde le dedicaron discursos que lo reconocían como el más grande héroe de la época, y le asignaban cualidad de inmortal. De hecho, sir Robert Ker Porter apuntó que, en medio de una de las celebraciones, «brillaron lágrimas en los ojos de Su Excelencia».
En un banquete ofrecido por la municipalidad, que contó con más de 200 invitados, el Libertador, luego de escuchar las glorias, entregó su espada a Páez como acto de confianza. El Centauro con la espada en mano juró: “preferiría morir cien veces antes que utilizar aquella espada contra el pueblo liberado con ella por Bolívar”. Sabemos que fue una promesa incumplida.
El retrato del Libertador
En agosto de 1826, antes de viajar a Caracas, Bolívar envió una carta a su hermana María Antonia, en la cual, entre otros asuntos le dice que le manda con Antonio Leocadio Guzmán un retrato suyo, el cual ella le había pedido como obsequio. Tras haber recibido el retrato la hermana le cuenta: “He recibido el retrato y carta tuya con el gusto que puedas figurarte luego de trece años de no verte (…) Mi casa está continuamente llena de gentes de todas las clases a ver tu retrato, unos lloran otros ríen, otros te colman de bendiciones”.
A Bogotá
Seis meses permaneció en Caracas realizando esfuerzos integradores y organizando la administración y el gobierno. Decretó la reorganización de la Universidad Central, conocida como Universidad de Caracas, y designó a José María Vargas como nuevo rector. El 5 de julio partió a Cartagena desde La Guaira para ir a Bogotá, y enfrentar los conflictos e intentos de desintegrar la República liderados por Santander. No volvió a pisar tierra venezolana con vida y las autoridades que lo había recibido con glorias no le permitieron regresar, desconocieron su autoridad y la otorgaron a Páez.
Amor a Bolívar
Tanto Ker Porter como María Antonia refieren en sus escritos la participación colectiva y alegre de “El pueblo de todas las clases”, “personas de todos los colores e inclinaciones políticas”. De esta forma, nos cuentan sobre el amor palpitante a Bolívar. El Libertador volvía a la patria, y era menester recibirlo y celebrarlo. La emoción de ver el rostro de quien peleó bravíamente por la libertad atravesó el alma de blancos, pardos, negros e indios. Así, en la calle entre flores y alabanzas, “el pueblo de todas las clases y colores”, se unió en torno al héroe y al ideal; unos para reconocer su gesta, otros para saber si existía o era solo un mito. Ver al héroe y tener la suerte de tocarlo.
Bolívar vino a impedir la separación de Venezuela de la Gran Colombia, pudo también esos días mirar y sonreírle al pueblo, emocionarse y llorar de alegría. Esos días, El Libertador recibió el amor de su pueblo, ese que todavía nos atraviesa el alma y la conciencia.
¡Viva Bolívar!