Ildegar Gil
Llama la atención la testadurez opositora, para poner en duda la legitimidad de la convocatoria a la elección presidencial del venidero 22 de abril. Los tercos de la contrarrevolución me obligan a pensar al respecto, y lo lograron. Tuve que hacerlo.
La cosa va más allá de parecer un carajito malcriado. Va más allá, incluso, de poner en tela de juicio la validez de la paliza que le vamos a dar ratificando a Nicolás Maduro en la presidencia de la República. Lo que hay por detrás de tanta insistencia, es realmente macabro.
Así como lograron que un grupo importante de compatriotas les creyera el cuento según el cual el Gobierno es el culpable de la situación económica, creen tener la fuerza necesaria y suficiente para influir en ese mismo grupo (y también en otros), para lavarles el cerebro.
Estimo que la finalidad real está orientada a que la gente pulverice el chip de sus derechos políticos. Es decir, que no solo se abstenga de sufragar como quiera y por quien quiera sino –y he ahí lo macabro de la vaina-, que extinga de su cerebro la noción sagrada de la norma electoral. En otras palabras: sembrar en la ciudadanía, una condición primate cuya consecuencia inmediata sería dirimir las diferencias naturales entre otros y otros manejando métodos y recursos nada cónsonos con el civismo que debe reinar en todo momento. En dos platos: que en lugar del diálogo, usemos la violencia en sus diversas facetas como mecanismo único.
Repito: suena macabro. Pero, desgraciadamente, lógico. Muy lógico. Tan lógico, que basta recordar el cinismo con que auparon a las guarimbas que dejaron –hasta ahora- 173 víctimas fatales entre el 6 de abril de 2017 y el pasado 12 de febrero, cuando falleció Ángelo Quintero, en el estado Mérida.
Semejante, lamentable y triste antecedente me facilita llegar a esa conclusión. De esa dirigencia tan nefasta, no espero menos. Por macabro que parezca.
¡Chávez vive…la lucha sigue!