Armando Carías
Yo tengo un amigo con el que suelo encontrarme de cuando en vez para compartir alegrías y desventuras, tapas y cervezas. Mi amigo es buen confidente y sé que el más escabroso de mis secretos, no lo revelará ni bajo amenaza de obligarle a tomar un plato de la sopa de cubitos Maggi que prepara Javier Bertucci.
Mi amigo, cuyo nombre omitiré para protegerlo de la lengua viperina de Donald Trump, es un hombre trabajador, amante esposo, padre responsable y cariñoso. Podría decirse que mi amigo tiene un único e imperdonable defecto: es escuálido.
¡Claro!…lo mismo dirá él de mí: “Armando es un hombre trabajador, amante esposo, un padre responsable y cariñoso… ¡Qué pena que sea Chavista!”
El cuento es que el domingo pasado, mientras comprábamos los insumos para la infaltable parrilla del Día de la Madre, en la que dejamos quincena, tarjeta de crédito, cesta ticket, bono del trabajador, prestaciones, fideicomiso y hasta el cochinito de mi chamo; mi amigo me confesó el más íntimo de sus secretos: “Armando, no se lo digas a nadie – me susurró- el 20 de mayo voy a votar”.
(En este parte del relato viene un efecto de sonido al estilo del “ta ta ta taaa” de la quinta sinfonía de Bethoveen, ese que siempre se utiliza para dar sensación de suspenso).
Conocedor del irreductible escualidismo de mi amigo y de su copioso y bien ganado curriculum antichavista, a la vez que le solicitaba al expendedor de productos cárnicos que me pusiera en la bolsa los huesos sobrantes para el sancocho post parrilla, con extrema delicadeza y haciendo uso de mi más refinado lenguaje le pregunté a mi amigo: “¿cómo es la vaina?…¿qué el domingo vas a ir a votar?…o sea…¿qué no vas a seguir la línea del Departamento de Estado gringo?
Fue entonces cuando mi amigo me confesó que, pese a su militancia en las filas del abstencionismo y a todos los mensajes de texto que ha recibido y reenviado despotricando del CNE y del proceso electoral; no está dispuesto a calarse nuevamente el martirio del terrorismo guarimbero en la puerta de su casa, situación que, según me dijo, es la que buscan crear quienes están invitando a quedarse en la casa viendo para el techo este domingo: “ yo ni por el carajo, me dijo, se la voy a poner tan papita a los pone guayas y a los quema gente… bastante roncha que pasé tragando humo de basura quemada y sin poder llegar a mi casa porque a unos cuantos carajitos se les ocurrió trancar la calle donde vivo…¡no me la calo y por eso, aunque me declaro un escuálido militante, este domingo voto!”.
No me atreví a preguntarle el nombre del candidato de su preferencia o si votará nulo, opción que también es válida al momento de ejercer el sagrado derecho a decidir.
Sin embargo, algo en su tono de voz y en su acumulada arrechera de frustrado opositor, me hizo pensar que, en lo más profundo de su recalcitrante escualidismo, mi amigo, en el fondo, abriga la esperanza de que el triunfo de Nicolás Maduro surta el mismo efecto que tuvo su llamado a la Constituyente, antídoto contra la violencia y el desvarío de quienes quieren ver al pueblo ardiendo a la parrilla.