Por: José Gregorio Linares
Estados Unidos se ha opuesto a la unidad de Hispanoamérica. Sus representantes saben que en la integración de las naciones suramericanas está la base de la prosperidad y grandeza de nuestros pueblos. Saben también que para someternos deben dividirnos. Temen que nuestra unión atente contra sus planes hegemonistas en el hemisferio. De allí que a lo largo de la historia hayan objetado los proyectos de integración nuestroamericanos. Uno de estos primeros proyectos de unión lo enarbola Francisco de Miranda (1750-1816). Su plan es cuestionado por James Monroe (1758-1831), futuro Presidente de EE.UU (1817-1825).
Miranda no solo lucha por la independencia. Se plantea, sobretodo, la unión de toda Hispanoamérica en una sola gran nación, a la que llamó Colombia en homenaje a Cristóbal Colón. De esta manera en el continente habría tres naciones: Estados Unidos, pequeña pero expansionista nación recientemente independizada de Gran Bretaña; Brasil, prolongación de Portugal; y Colombia, gran nación independiente de cualquier centro de poder, con capacidad para establecer relaciones en condiciones de igualdad con el mundo entero, y con una excelente posición geopolítica. Abarcaría desde el sur del río Misisipi en la frontera con EE.UU hasta la Patagonia; y su capital estaría ubicada en Panamá, en el centro del hemisferio. La gran extensión de su territorio total no era un inconveniente: China, India, Rusia eran inmensas, y el mismo Brasil no se quedaba atrás. Para Miranda, lo importante era garantizar la pervivencia de un Estado grande, fuerte, próspero y bien administrado, capaz de generar bienestar entre sus habitantes y de enfrentar la ambición expansionista de cualquier potencia.
Los planes de Miranda no fueron del gusto de los dirigentes de Europa y EE.UU, quienes vieron en ellos una amenaza para el avance imperialista de sus respectivas potencias. No tenían la intención de apoyar la independencia de las naciones hispanoamericanas, si ello no les traía beneficios cuantiosos; y esto solo sería posible si éstas se mantenían divididas y debilitadas.
Uno de los que se opuso con más tesón al proyecto de Miranda fue el estadounidense James Monroe, quien ocupó cargos como agente diplomático de Estados Unidos en Francia y Gran Bretaña – entre otros, embajador en París (1794-96) y en Londres (1893-06) – en la época cuando el venezolano vivía en Europa y difundía entre los círculos políticos su proyecto de integración suramericano. Al enterarse de los planes del suramericano, el estadounidense alertó a su gobierno: «No podemos permitir que el general Miranda desarrolle una vasta nación en el continente americano, este proyecto desde su óptica debemos detenerlo a como dé lugar, ya que una nación con esa característica sería el acabose de la nuestra, que apenas la forman las treces colonias que se liberaron de Inglaterra; una nación de las dimensiones que la ve el General Miranda sería única, ya que la inmensa mayoría de esos pueblos hablan español, tiene la misma religión y las mismas costumbres». A partir de entonces EE.UU enfrentó todos los planes de integración continental suramericanos, y los suplantó por estrategias de dominación y tutelaje disfrazadas de cooperación y solidaridad.
Los gringos siempre han estado claros. Monroe se opuso a Miranda; posteriormente, en 1823, anunció la doctrina que lleva su nombre, que se resume en la frase “América para los americanos”, es decir, que las naciones hispanoamericanas no podían quedar bajo el tutelaje de Europa; pero tampoco aspirar a ser independientes, sino que debían pasar a la hegemonía yanqui y transformarse en zona de influencia exclusiva.
Mientras ellos piensan así, algunos políticos latinoamericanos propician la división suramericana al atacar a los gobiernos nacionalistas y antimperiales de la región. En Venezuela, muchos dirigentes de oposición van aún más allá, claman por la intervención de EE.UU en nuestro país. Anhelan ver convertida a Venezuela en semicolonia yanqui. Si estudiaran un poquito de historia y tuvieran un tantico así de decoro tendrían pesadillas. En los sueños se les aparecería el espectro de Francisco de Miranda. Les reclamaría su entreguismo y su traición. No podrían dormir tranquilos.
De Miranda dijo Napoleón Bonaparte: “A ese hombre le arde en el pecho el fuego sagrado del amor a la libertad”. Hoy este caraqueño universal es un símbolo de unidad suramericana frente a las amenazas del imperio estadounidense. De integración de las naciones latinoamericanas que buscan fortalecer los lazos de solidaridad y ayuda mutuas entre nuestros pueblos. Es un escudo frente a la nueva doctrina Monroe. Por eso, cada vez que evocamos su nombre es fuego sagrado el que arde en nuestro pecho.