Texto e ilustración por Lorena Almarza
El general Morazán, quiso fortificar a esos débiles países, unir lo que los españoles habían desunido, hacer de esos cinco estados pequeños y enfermizos una República imponente y dichosa”
José Martí
Unidad
Francisco Morazán Quesada no solo soñó con la unión y la integración regional centroamericana, si no que le metió corazón y seso a conducir entre 1830 y 1839, un movimiento emancipador anticolonial, revolucionario y patriótico que enfrentó al poder feudal de la oligarquía y a la Iglesia Católica al promover las ideas de la Ilustración, suprimir las estructuras coloniales, repartir las tierras entre los más pobres y establecer un Estado laico. Convencido de la necesidad de contar con ciudadanos y ciudadanas “para dirigir los destinos de la patria”, clausuró conventos, abrió escuelas y estableció la educación gratuita y obligatoria.
Su proyecto libertario retomó las grandes esperanzas de la gesta Independentista, que habían sido traicionadas, y obviamente, se enfrentó con los criollos terratenientes, el clero y con las ambiciones de los Estados Unidos y de Inglaterra, que se disputaban la construcción y control de un canal que uniera el océano Atlántico con el Pacífico.
En ese escenario, Morazán promovió la conformación de una Federación Centroamericana conformada por Guatemala, el Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, pues en su opinión, estos pueblos, que compartían historia y cultura, debían instituirse como fuerza unitaria para alcanzar su soberanía e independencia, y enfrentar juntos los apetitos de los imperios. La desunión conllevaría a tener una “patria vacilante e incierta”, afirmó el estadista.
Sobre la causa libertaria y los imperios refirió: “Si consultamos la historia veremos que el derecho de las grandes naciones se ha fundado, en algún tiempo, en causas de tal naturaleza que solo hubieran excitado la burla y el desprecio, sino hubiesen sido sostenidas por las armas, y este abuso funesto para los pueblos débiles, que la ambición ha sancionado tantas veces y legitimado el derecho del más fuerte, se ha repetido por desgracia en nuestros días”.
Morazán avanzó en grandes transformaciones y mantuvo la unidad, sin embargo, el proyecto resultó truncado, a consecuencia de constantes planes desestabilizadores, que condujeron a su fusilamiento.
El poeta y periodista Julián López Pineda planteó que “Después de Bolívar, de San Martín y Sucre, no se había visto en la América Hispana un ejemplar de estadista y guerrero comparable al general Morazán”. Por su parte, el poeta Rafael Heliodoro Valle consideró que, “Ha quedado su figura prócer indeleble en la mente de su pueblo; y cada vez que se habla de restaurar la unión centroamericana, automáticamente surge su nombre como si fuese una bandera”.
Para José Martí, fue “un genio poderoso, un estratega, un orador, un verdadero estadista, quizás el único que haya producido la América Central.”
El niño bonito de Tegucigalpa
Nació el 3 de octubre de 1792 en Tegucigalpa en el seno de una familia criolla dedicada al comercio, la agricultura y la minería. Cuentan que medía un metro noventa de estatura, que tenía impresionantes ojos azules y que era muy amigable. Lo llamaban “el niño bonito de Tegucigalpa”.
Para entonces casi no había escuelas, y según el historiador Miguel Cálix el 98% de la población era analfabeta. Sin embargo, Francisco cursó un par de años en la escuela, donde aprendió a leer, escribir y un poco de aritmética, pero ávido de conocimiento, desarrolló su formación de modo autodidacta. Con su tío, el ilustre Dionisio de Herrera, aprendió la lengua francesa, y tuvo a disposición su “nutrida biblioteca, donde encontró notables autores y forjadores de las doctrinas enciclopedistas”.
Trabajó en el Ayuntamiento a cargo del Archivo, luego fue secretario del Alcalde e incluso ejerció como fiscal de la municipalidad. Su tío fue elegido Jefe de Estado de Honduras, y Morazán lo acompañó como Secretario General de Gobierno. Desde allí, lideró el debate sobre la ausencia de escuelas y la necesidad de que niñas y niños se educaran en igualdad de condiciones.
El gobierno de Herrera de acento progresista, fue derrocado en mayo de 1827 por una insurrección clerical. Meses después, desde la ciudad nicaragüense de León, Morazán condujo victoriosamente un ejército para lograr la reconstrucción Centroamericana. Tomó San Salvador en 1828 y al año siguiente Guatemala. En 1830 asumió la presidencia de la Federación Centroamericana, y en 1834 resultó nuevamente electo. El 15 de septiembre de 1842, tras un juicio ilegal fue fusilado.
Desde 1942, el 3 de octubre, día del natalicio del líder unionista, se conmemora en su homenaje el Día del Soldado Hondureño.
Morazán por Eduardo Galeano
Estalla una tormenta de sotanas. Rafael Carrera es el relámpago que mete miedo y por toda Guatemala retumban los truenos:
-¡Viva la religión! ¡Mueran los extranjeros! ¡Muera Morazán!
No queda cirio sin encender. Tan de prisa rezan las monjas que en nueve segundos despachan nueve novenas. Los coros entonan la salve y maldicen a Morazán con el mismo fervor.
Francisco Morazán, presidente de Centroamérica, es el extranjero hereje que ha desatado las furias místicas. Morazán, nacido en Honduras, solamente ha unificado a las provincias centroamericanas en una sola nación. Además, ha reducido a la categoría de meros ciudadanos a los condes y a los marqueses y ha creado escuelas públicas que enseñan cosas de la tierra y nada dicen del Cielo. Según sus leyes, ya no se necesita cruz para la tumba ni cura para la boda; y nada distingue al niño concebido en lecho conyugal del niño hecho sin contrato previo, sobre paja de establo, que tanto hereda el uno como el otro. Y lo más grave: Morazán ha separado a la Iglesia del Estado, ha decretado la libertad de creer o no creer, ha suprimido los diezmos y las primicias de los funcionarios del Señor y ha puesto en venta sus tierras.
Denuncian los frailes que Morazán tiene la culpa de la peste que está asolando Guatemala. El cólera viene matando y desde el púlpito llueven las acusaciones fulminantes: Morazán ha envenenado las aguas, el Anticristo ha pactado con el diablo para venderle las almas de los muertos.
Los pueblos de las montañas se sublevan contra el envenenador Rafael Carrera, el criador de cerdos que acaudilla la insurrección, tiene poco más de veinte años y ya lleva tres balas en el cuerpo. Anda cubierto de escapularios y medallitas y una rama verde le atraviesa el sombrero.