La historia es el libro infinito de la vida. Muchos de sus capítulos están llenos de boicots económicos, ataques financieros, saltos de talanquera, actos de corrupción y traiciones que siembran en las filas revolucionarias críticas exacerbadas, desesperanza e incertidumbre. Abramos la historia en 1824 y situémonos en el pueblo peruano de Pativilca. Allí Bolívar coloca su cuartel general desde donde planifica la victoria bolivariana de América. Sin embargo la salud del Presidente Bolívar es delicada. Una severa enfermedad hace que se tambalee en el borde de la muerte.
Por otra parte los presidentes peruanos Torre Tagle y Riva Agüero se han vendido a la corona española. Los imberbes intelectuales al ver su confort trastabillar, desde sus cómodos escritorios critican al Libertador, hablan de economía con poses de economistas, hablan de leyes con poses de abogados, hablan, hablan, hablan. Los comerciantes al servicio de la oligarquía especulan y acaparan los productos de primera necesidad. Muchos guarimbean porque no les alcanza el dinero, no tienen ropa nueva y para colmo los perniles que les ha prometido el gobierno no llegan. El Callao se pierde y al poco tiempo el enemigo toma Lima.
El Congreso de Perú le da a Bolívar facultades ilimitadas para salvar al país. Bolívar se retira a Trujillo, trabaja incansablemente; desde allí planifica el destino de América. Emprende la ofensiva, y el 7 de agosto, en Junín, derrota al Ejército Real del Perú, toma El Callao y envía a Sucre a Ayacucho para poner el sello definitivo a la libertad americana el 9 de diciembre de 1824.
Cuando la desesperanza quiera entrar en nosotros a través del estómago y de los lujos que no podemos adquirir, reflexionemos en lo que nos dice Rodríguez: “si los presidentes no imitan a Bolívar, la causa de la libertad es perdida”. Y pensemos en la pregunta que le hizo Joaquín Mosquera a un Libertador enfermo: “¿Y qué piensa hacer usted ahora? Entonces, avivando sus ojos huecos y con tono decidido me contestó: ¡Triunfar!”.