Por Numa Molina
Dialogamos porque somos creados a imagen y semejanza de Dios y el Dios cristiano se nos presenta como Padre, Hijo y Espíritu, familia eterna en diálogo.
Dialogamos porque somos seres afectivos capaces de reconocernos como iguales.
Dialogamos porque todas y todos viajamos en esta nave común que es la madre tierra.
Dialogamos porque nos reconocemos habitantes de esta porción del planeta bendecida por Dios, llamada Venezuela.
Dialogamos porque estamos conscientes de que el amor es capaz de vencer al odio y la indulgencia a la venganza.
Dialogamos porque en la hondura de nuestras vidas palpita un corazón humano capaz de la ternura, porque con ternura nos creó Dios y su proyecto es de fraternidad.
Dialogamos porque en esencia somos seres capaces de relacionarnos, el ser humano es el único en toda la creación capacitado para el diálogo y para el encuentro. En el acontecer misterioso de la creación según el Génesis, Dios no pronuncia palabra, es decir, no dialoga sino hasta que aparece el hombre en la escena.
Dialogamos porque somos diferentes, somos únicos, Dios al crearnos rompió el molde y de ahí nuestra originalidad, nuestra unicidad, pero tenemos en común la vida, la suerte de todas y todos, tenemos en común la familia, el futuro de los hijos y de los nietos, y el futuro de las generaciones venideras. Hay tantas cosas en común en medio de nuestra originalidad que, como seres humanos, estamos destinados al amor y no al odio.
Dialogando nos crecemos espiritualmente y al mismo tiempo historizamos el mandamiento que nos dejó Jesús de amarnos los unos a los otros. En fin, si somos diferentes y dialogamos es porque tenemos tantos amores en común por los que vale la pena deponer nuestros caprichos en favor del encuentro fraterno.
Dialogamos porque solo los pueblos civilizados son capaces de resolver sus diferencias alrededor de una mesa, mediante la palabra.