Guadi Calvo
A casi ocho años de iniciado el plan desestabilizador para las naciones árabes refractarias a los mandatos de Estados Unidos, en esencia Libia y Siria, cuyo nombre de fantasía fue “La Primavera Árabe”, ahora mal trecha, casi agónica, resurge en lo que sin duda había sido el objetivo fundamental de aquel trazado: instalar el caos y, si fuera necesario, una “guerra civil” en Irán, para terminar con la revolución de 1979.
Un organigrama, tan obvio como falto de imaginación, se está repitiendo en la nación persa, desde el último jueves de 2017 cuando estallaron “espontáneamente” las protestas en Mashhad, una ciudad de dos millones de habitantes en el noreste del país, donde comenzó la protesta contra el aumento de precios y terminó pidiendo la muerte del presidente Hassan Rohaní, relegido para un segundo mandato en agosto pasado.
Las sanciones establecidas por el gobierno de Donald Trump han sumergido al país en una nueva crisis económica, incrementado la desocupación que ha llegado a un 12%, fundamentalmente en la juventud, y un brote inflacionario de un 10%, que ha dado pie al inicio de las protestas que se han replicado en otras ciudades llegando incluso en Teherán. En la ciudad nororiental de Sabzevar un grupo que no superaban las cincuenta personas gritó consignas como “Olvídense de Palestina” o “No a Gaza, no al Líbano, daré mi vida por Irán”, incluso algunos reclaman la vuelta a la monarquía. Otras de las ciudades que se vieron particularmente afectadas por las protestas fue Kermanshah, al oeste del país, donde se asienta la población kurda, siempre dada a revindicar su independencia. Rápidamente las protestas se expandieron por casi todo el territorio llegando a otras ciudades como en Shahr-e-Kord, Bandar Abbas, Izeh, Arak, Zanjan, Abhar, Doroud, Karaj y Tonekabon.
Es sabido el rol clave de Teherán, en toda la región, donde se ha convertido en un jugador decisivo a la hora de contener los designios en Medio Oriente de la troika: Washington-Tel-Aviv-Riad. Y fundamentalmente su apoyo decisivo del presidente al-Assad, junto a Rusia, China y el Hezbollah libanés.
Las estrategias de Trump para derrocar a la revolución de los ayatolas, remite a las operaciones llevadas a cabo en Libia, Siria y las que cada tanto resurgen en Venezuela. Siempre existen razones, en muchos casos justificadas, para que los ciudadanos descontentos se manifiesten en las calles, alentados por las redes sociales y ONGs, casi siempre norteamericanas y europeas, a lo que se le suma la manipulación periodística estimulada desde Occidente, mostrando las crueldades del “régimen” dando contexto internacional y verisimilitud a los hechos.
Detrás de las protestas, agentes, perfectamente entrenados, provocan e incitan a cometer desmanes, en procura de la represión de las fuerzas de seguridad, y del ansiado muerto, y si hay más de uno muchísimo mejor, para que la prensa satélite del Departamento de Estado, lo amplifique hasta el hartazgo. Mientras se busca la fractura del gobierno, profundizando las pugnas internas, existentes en todos los regímenes del mundo. La misma modalidad opera en las fuerzas armadas, donde se incentiva las deserciones para armar un “ejército nacional de liberación” al modo del Jaysh al-Taḥrīr al-Waṭanī al-Lībī (Ejército de Liberación Nacional Libio) o el al-Ŷayš as-Suri al-Ħurr (Ejercito Libre Sirio) o Movimiento de Oficiales Libres, para finalmente posibilitar el ingreso de mercenarios, de al-Qaeda o Daesh, o el nombre que se le quiera dar en el caso de Irán, ya que estas organizaciones son sunitas mientras que el pueblo iraní es fundamentalmente chií, con armamento de última generación, perfectamente entrenados y con un plan de operaciones que lo asemeja en mucho a un ejército regular.
Cumplidos todos estos pasos, solo resta espera que los muertos se multipliquen y descubrir cuan capaz sería en este caso el gobierno del presidente Hassan Rohaní de sostenerse y cuánto Irán y el jefe supremo de la nación el ayatolá Ali Khamenei y su Asamblea de Expertos o Maŷlés-e Jobregán-e Rahbari, puedan resistir a la presión internacional.
El bloqueo comercial vigente desde 1979 y que había comenzado a levantarse parcialmente a finales del gobierno de Barack Obama, se acentuó con mucha más fuerza, restringiendo el acceso a los mercados internacionales, por lo que nuevamente comenzaron a escasear insumos básicos, como alimentos, medicamentos y armas para resistir en caso de una guerra declarada o bien desde el interior o del exterior en una alianza que, sin duda, encabezará Arabia Saudita, más allá que detrás se encontrarán no solo los Estados Unidos, sino y fundamentalmente la teocracia sionista.
La misma táctica que triunfó en Libia, donde la muerte del Coronel Muhammad Gadaffi selló el comienzo de una guerra fragmentada en infinidad de pequeñas y grandes organizaciones, que pugnan por el poder del país, cuyo certificado de defunción se firmó el 20 de octubre de 2011. La situación en Siria la modificó sustancialmente la decisión de Moscú y Beijín de vetar la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, por la que se impediría militarmente operar a la aviación de al-Assad, lo que no pasó en Libia con la 1973, lo que precipitó la derrota de Gadaffi, al no poder utilizar su fuerza aérea, aniquilada por la aviación de la OTAN. Aquella decisión de no vetar la resolución sin duda fue uno de uno error mayúsculo de las cancillerías de Rusia y China.
Mao y una clase de bordado
La revuelta que ha estallado en el interior del país ha llegado a la capital, y lugares estratégicos como la plaza Vanak, o las calles Enghelab, están siendo saturadas por las fuerzas de seguridad evitando los desmanes prometidos por los organizadores.
Según fuentes estrictamente occidentales el número de muertos alcanza los 25, más unos 450 heridos y 1000 detenidos. El lunes primero de enero las fuerzas de seguridad intensificaron los controles para que no se vuelvan a repetir los hechos de los días anteriores y evitar que se sigan expandiendo las protestas, incentivadas por dos ángeles de la paz: el presidente Trump, desde su twitter, que sigue alentado las manifestaciones con mensajes como “El pueblo ha sido reprimido durante muchos años”, “Tienen hambre de comida y libertad”, “Junto con los derechos humanos, la riqueza de Irán está siendo saqueada. ¡Es tiempo de cambio!”, y el nazi Benjamín Netanyahu, que ha saludado a los “valientes iraníes que han tomado las calles para protestar contra un régimen que gasta decenas de miles de millones de dólares en difundir el odio”, desde su cuenta de Facebook.
En la ciudad de Qahdarijan de la provincia de Isfahán, un policía ha muerto y otros tres resultaron heridos al resistir a la toma de la comisaria por un grupo armado y organizado, que pretendía robar más armamento. Mientras que en Khomeinishahr Shahr, otra ciudad de esa provincia, un niño de 11 años un joven de 20 y un miembro de la Guardia Revolucionaria Islámica fueron asesinados por los manifestantes.
Las redes sociales están llamando a Eteraz-e-omomi o huelga general, en farsi, para intentar paralizar el país y provocar más desordenes.
El presidente ruso, Vladimir Putin, ha dado su apoyo irrestricto al gobierno iraní, llamando a los países occidentales a no inmiscuirse en las cuestiones internas de Irán. Y se descuenta el de China, ya que Irán es un socio fundamental por su petróleo y para su nueva “ruta de la seda”, con la que el presidente Xi Jinping, espera inundar Europa con sus productos.
La derrota en Siria ha sido un golpe demoledor para las políticas de los Estados Unidos en Medio Oriente, pero para nada definitivo. La alianza generada a partir de esa guerra entre Siria, Rusia, China, Irán y el Hezbollah, a lo que finalmente se sumó Turquía, no es una buena noticia para los Estados Unidos, por lo que este intento desestabilizador contra Irán será explotado al máximo.
La situación económica del país persa se encuentra gravemente afectada por las décadas de boicot y bloqueos, su Revolución ha vivido una larga guerra con Irak (1980-1988), la sostenida guerra contra los carteles del opio que desde Afganistán y Pakistán intentan cruzar el país, rumbo a los mercados del Golfo y hacia África y Europa, que ya les ha costado la vida de casi 5 mil guardias revolucionarios, la guerra en Yemen, la pugna permanente contra el terrorismo wahabita patrocinado por los sauditas, las constantes amenazas a su plan nuclear por parte de Estados Unidos e Israel, que han asesinado a siete de los más importantes científicos de su programa, llegando a atentar en pleno centro de Teherán, son factores que ponen en alerta al gobierno de Rohaní, que sin duda recordarán las palabras de Mao Zedong, que de revoluciones algo entendía: “La revolución no es una clase de bordado”, por lo que su defensa deberá tener una respuesta acorde a la amenaza.