Armando Carías
El movimiento teatral colombino, otrora referencia de combatividad, ejemplo y referencia de un teatro arraigado en lo popular; luce desmembrado y entregado a lo banal y al culto a lo comercial.
Tal es la percepción que nos traemos después de un mes de estar pateando las calles bogotanas en busca de aquellos grupos que tanto fulgor le dieron a la escena latinoamericana en décadas pasadas.
La primera impresión que nos llevamos fue la de una ciudad saturada de ofertas de espectáculos del más burdo tufo televisivo, con figuras taquilleras convocando a un público sediento de obras digestivas.
Recorrimos sus céntricas calles añorando reencontrarnos con la que en un tiempo fuera su más emblemática sala, la sede del Teatro Popular de Bogotá, hoy convertida en templo evangélico y el grupo que la habitada reducido al recuerdo.
Atrás quedaron aquellos memorables montajes en los que prodigaban genialidad los más talentosos actores y actrices del teatro colombiano.
Tomamos rumbo a la Plaza Bolívar y nos encumbramos hacia otro espacio referencial, uno en donde se escribió la historia de uno de los grupos de mayor compromiso político: La Candelaria.
La soledad de su sala, sin programación propia, y el poco movimiento de un lugar que vimos en sus días de esplendor, nos hicieron añorar aquella “Ciudad Dorada” que le vimos en Manizales y el “Guadalupe, años cincuenta” que aplaudimos en Caracas.
Preguntamos por “El Local” y “La Mama”, otros espacios alternativos, y nos dicen que ya no existen.
La prensa solo reseña el cercano Festival Internacional de Teatro, con un diluvio de espectáculos dolarizados “a la altura de las grandes capitales del mundo”, orgullo que solo será disfrutado por quienes puedan empeñar sus joyas para ver elencos europeos y uno que otro latinoamericano.
Ciertamente, el creciente consumismo que ha tomado por asalto una ciudad repleta de centros comerciales y franquicias de todo tipo, pareciera haber decretado la muerte de un teatro que nos marcó como creadores en nuestros días de juventud, con figuras de la talla y el pensamiento de Enrique Buenaventura, Jorge Alí Triana, Santiago García, Eddy Armando, Patricia Ariza, Fanny Mickey y Carlos José Reyes, con quien tuvimos el privilegio de compartir días antes de nuestro regreso a Caracas.
Esperamos no pecar de injustos al afirmar que ese teatro ha sido arropado por la corriente que copa todos los espacios de un país entregado al neoliberalismo.