Por Alfredo Carquez
No voy a opinar aquí sobre si Cataluña debe ser o no uno de los más de cincuenta países que existen en la vieja Europa, número que ha seguido en ascenso después de cada guerra que los muy civilizados de ese continente le muestran al mundo cada cierto número de años.
Pero sí creo que debemos recordarle al Jefe de Gobierno del Reino de España, Mariano Rajoy, líder indiscutible del Partido Popular, agrupación de verdadera y rancia derecha, lo amargo que puede resultar el chocolate cuando se toma sin azúcar y más luego de haber pasado años metiendo su nariz en tazas ajenas.
Ese político español – modelo a seguir para las dirigencias de los partidos tercermundistas Primero Justicia y Voluntad Popular- se ha llenado la boca en innumerables ocasiones hablando mal del Presidente Chávez, de la Revolución Bolivariana y del Presidente Maduro. Según él, Venezuela sufre una feroz dictadura, pero no de la clase que le gusta, como la que por casi 40 años encabezó el Caudillo de Dios y Generalísimo, Francisco Franco.
Su Gobierno ha pecado por acción y omisión al respaldar a los dirigentes de quemadores de gente con pinta de chavistas que en los últimos años se han dedicado a guarimbear con creciente agresividad y con la ilusión, respaldada con euros y dólares, de que con esa estrategia de guerra llegarán algún día a Miraflores.
Durante el fulano plebiscito realizado en el segmento de la Madre Patria por quienes quieren formar tienda aparte, hubo golpes y porrazos para todos los gustos. Hubo presos a granel entre civiles, alcaldes y funcionarios de la Generalitat. También se realizaron allanamientos, decomisos, congelación de cuentas, amenazas de confiscaciones y demás hostias.
Aquí, cuando se armó el segundo show del llamado plebiscito a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se le dejó ahogarse en su propio charco. Nadie los reprimió y hasta muchos se dieron el lujo de votar las veces que quisieron; es decir, aprovecharon de manera intensiva su muestra de democracia. Eso sí, volvieron a desaparecer, esta vez sin quema, los cuadernos de votación, tal vez porque los incendiarios opositores ya habían satisfecho sus impulsos en Altamira y en Lechería.