El ser feminista es una cualidad de los verdaderos revolucionarios. En las letras orladas de la Historia, el expósito Simón no figura con su apellido paterno, Carreño, sino con el materno, Rodríguez, el de Rosalía, la mujer que lo acogió y el honró. Son muchos los biógrafos de Simón Rodríguez (1769-1854) que lo vinculan con el ginebrino Jean Jacques Rousseau (1712-1778).
Eurocentrismo misógino
El pensamiento misógino de Rousseau no es distinto del de grandes hombres de la historia. Eurípides (484-480 antes de Cristo) decía: “Aborrezco a la mujer sabia. Que no viva bajo mi techo la que sepa más que yo, y más de lo que conviene a una mujer. Porque Venus hace a las doctas las más depravadas”. Para Aristóteles (384-322 antes de Cristo) “en cualquier tipo de animal, siempre la hembra es de carácter más débil, más maliciosa, menos simple, más impulsiva y más atenta a ayudar a las crías. La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”. Erasmo de Rótterdam (1466-1536) decía que “si, por ventura, alguna mujer quisiera aparecer como sabia, únicamente lograría ser dos veces necia: sería como intentar llevar un buey al gimnasio”. Para Voltaire (1694-1778) “una mujer amablemente estúpida es una bendición del cielo”. Para Schopenhauer (1788-1860) “sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales”. Para Baudelaire (1821-1867) “en toda mujer de letras hay un hombre fracasado”. Para Nietzsche (1844-1900) “la mujer no tendría el genio del adorno si no poseyera también el instinto de desempeñar el papel secundario. Cuando una mujer tiene inclinaciones doctas, de ordinario hay algo en su sexualidad que no marcha bien”. Para Sigmund Freud (1856-1939) “la anatomía es el destino. Las niñas sufren toda la vida el trauma de la envidia del pene tras descubrir que están anatómicamente incompletas”. Para Carl Gustav Jung (1875–1961) “al seguir una vocación masculina, estudiar y trabajar como un hombre, la mujer hace algo que no corresponde del todo con su naturaleza femenina, sino que es perjudicial”. Para Ortega y Gasset (1883-1955) “el fuerte de la mujer no es saber sino sentir. Saber las cosas es tener conceptos y definiciones, y esto es obra del varón”.
El patriarcado epistémico de Rousseau
El rol de Rousseau, explica la socióloga venezolana Indhira Libertad Rodríguez, en “la construcción de la ‘mujer natural’ en el estado presocial que describió el misógino pensador, es el switche que confinó a las mujeres a la oscuridad en el siglo de la luces”. En su Segundo Discurso, cuyo título es Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes (1754), Rousseau sostiene que a la mujer le corresponde el hogar por naturaleza. En la Carta a D’Alembert sur les spectacles (1758), Rousseau dedica varias líneas a despotricar de las mujeres: (1) asegura que no pueden ni desean ser expertas en ningún arte porque carecen de ingenio; (2) los pocos libros que algunas pocas mujeres escriben son fríos y bonitos como ellas porque no poseen la razón necesaria para sentir el amor ni la inteligencia para saber describirlo; (3) El lugar de las mujeres es el hogar. Si los hombres les permitieran estar en otros sitios sería una deshonra para ellas. En la novela epistolar Julie ou la Nouvelle Héloïse (1761), Rousseau le impone patriarcalmente a la mujer la apariencia como un deber moral sexualmente discriminatorio: “La mujer virtuosa no sólo debe ser digna de la estimación de su marido, sino que ha de procurar también obtenerla; si él la censura, será censurable; y aunque fuese inocente, tiene culpa por haber dado lugar a que sospechasen de ella, pues las apariencias constituyen también uno de sus deberes”.
Rousseau publica su Émile ou de l’éducation en 1762. La escritora inglesa Mary Wollstonecraft (1759-1797) lo analiza y escribe en 1791 el libro A Vindication of the Rights of Woman (Vindicación de los derechos de la mujer) en el que sistematiza los comentarios que hace el filósofo en ese libro: (1) “El hombre ha de ser fuerte para poder satisfacer los deseos de la mujer y obtener su consentimiento, ya que utilizan la debilidad cuando consideran oportuno”. (2) “El hombre y la mujer no deben tener una constitución semejante de temperamento y carácter, no deben educarse de la misma manera”. (3) “El hombre y la mujer se hicieron el uno para el otro, pero la dependencia mutua no es la misma”. (4) “La educación de las mujeres siempre debe de ser relativa a los hombres: agrados, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos cuando somos adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables”. (5) “Cada sexo tiene su gusto propio que los distingue de ambos. Los niños se inclinan por deportes ruidosos y movidos, mientras que las niñas se sienten atraídas hacia las cosas de adorno y apariencia”. (6) “Toda su vida debían de estar sujetas a la restricción más severa y constante, que es el decoro”. (7) “La primera aptitud y la más importante de una mujer es la buena conducta o suavidad de carácter”. (8) “La perversidad y la malicia de las mujeres es el agravante de su propio infortunio y la mala conducta de sus maridos”. (9) “Cuando dejes de ser la amante de Emilio seguirás siendo su esposa y su amiga, porque serás la madre de sus hijos”.
Esta posición roussoniana se ha expandido hegemónicamente. En el periódico Porvenir de Cartagena del 10 de agosto de 1849 hay una nota a manera de editorial en la que se afirma no solo que “la mujer es inferior al hombre”, sino que “no ha sido criada la mujer para gobernar a los hombres, para regir la sociedad, para dominar los mares, para establecer y mantener la unión de los mundos, sino para una vida quieta y modesta entre ocupaciones domésticas bajo el mando amoroso del hombre”.
La Manuela de Simón
En el mismo año, pero entre abril y mayo en el periódico Neogranadino de Bogotá, capital de la República de la Nueva Granada, Simón Rodríguez en su “Extracto sucinto de mi obra sobre la Educación Republicana” escribe: “después de las aves, las plantas son las que más se parecen a las mujeres, en su previsión para después del parto”. El hombre más extraordinario del mundo da dos ejemplos: el primero, “la mujer más pobre corta sus enaguas viejas para mantillas, y de las pretinas hace fajas”; y el segundo, “las plantas más desnudas sacuden sus hojitas para que sus semillas se abriguen mientras germinan”.
Simón Rodríguez en su “Nota sobre el Proyecto de Educación Popular” (Arequipa, 1830) dice: “se daba instrucción y oficio a las mujeres para que no se prostituyesen por necesidad, ni hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia”.
En 1847 Rodríguez escribe desde Túquerres, pueblo al sur de la Nueva Granada, al señor Pineda, noble amigo que se encuentra en Pasto: “La casualidad ha traído aquí un médico naturista suizo, que anda explorando, y me ha hecho el favor de dar algunos remedios a Manuelita”.
En la partida de defunción de Rodríguez (1854) que reposa en el Archivo parroquial de Amotape dice: “fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamó Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que solo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez”.
El historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González (1903-2002), presume que “la señora falleció en Túquerres, o en el camino de retorno del educador, poco después, al Ecuador” ya que “cuando llega a Latacunga, en 1850, ya no le acompaña sino su hijo José”.
Este profesor latacungueño escribe en 1976 una hermosa semblanza de esta mujer aymara: “Esa boliviana Manuela Gómez fue extraordinariamente valerosa: sufrió con intrepidez junto a su esposo la adversidad, la miseria, la desesperada angustia. Batalló con él en acto de sombra que se desdobla y protege; que busca todas las posibles salidas; que compite con él en austeridad y desinterés, situándose así a la altura del hombre noble que la había escogido. No decae, sino que triunfa sobre todo acoso y sobre todas las innumerables presiones negativas”. La Revolución tiene nombre de mujer. ¡Felicidades a todas ellas en el Día Internacional de la Mujer!