Pensó la ciudad, y pensó en su luz y en el clima. Miraba los espacios e imaginaba a la gente en su día a día, en la necesidad de la arquitectura con su valor artístico y poético; y también utilitario. Convencido de que la arquitectura constituía un “escenario obligado de toda nuestra vida”, pues “en ese escenario nacimos, actuamos y morimos”, dedicó su acción creadora, a la vida, ritmo y vinculación con la naturaleza.
Para Villanueva, la arquitectura y el urbanismo tenían un gran sentido social. En su opinión, el acto creador del arquitecto consiste en “pensar las ciudades” desde las personas que allí viven, con su dinámica y sus costumbres, en tanto, «la ciudad no es un conjunto de casas, amontonamiento de ladrillos, sino un fenómeno social con gentes y grupos, cada uno con su sensibilidad, su vida, su personalidad, su alma».
Este insigne venezolano fue profesor fundador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, donde impartió las cátedras de Historia de la Arquitectura y Urbanismo y Composición Arquitectónica. Fue premiado en 1947 en el Congreso Panamericano de Arquitectos en Lima y en la Bienal de Sao Paulo en 1957. A su vez, recibió en 1961 el título de Doctor Honoris Causa de la UCV, el Premio Nacional de Arquitectura en 1963 y la Orden José María Vargas en su primera clase en 1966.
Junto a Gustavo Wallis, Cipriano Domínguez, Carlos Guinand y Luis Malaussena, formó parte del grupo de arquitectos pioneros del urbanismo en la transición de la Venezuela agrícola a la petrolera.
Amistad con Le Corbusier
Conoció al gran arquitecto y pintor, Le Corbusier cuando estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de París, y así lo contó: “(…) nuestro taller estaba situado en una pequeña calle llamada Rue del Sena, muy cerca de la escuela (…) Allí vivía Le Corbusier y en el pequeño restaurant lo he conocido (…) Por entonces ya había salido su primer libro “Hacia una Arquitectura”, y había provocado polémica contra lo que él llamaba el academicismo (…) siempre se portó muy bien conmigo (…) Considero a Le Corbusier un genio. El único genio que hemos tenido en arquitectura en este siglo (…) decía que el arquitecto debe ser honesto y conservar siempre una gran honestidad, que la arquitectura jamás debe mentir (…) ha sido el único arquitecto que ha logrado balancear lo que llamamos la técnica y lo humano. Ha tratado siempre de evitar lo que llamamos esteticismo, evitar los abusos de la técnica tratando de balancear, no dejándose dominar por la técnica y conservando los esenciales valores humanos (…)”.
Historia mínima
Nació en la sede del consulado de Venezuela en Londres, Inglaterra, el 30 de mayo de 1900, ya que su padre, Antonio Villanueva era el Cónsul General de Venezuela en Londres desde 1896. Su madre fue la francesa Paulina Astoul. Fue el menor de cinco hermanos y según dicen, tuvo una infancia tranquila. Estudió en el Liceo Condorcet de París, y luego en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes.
Apenas obtuvo su título de arquitecto, en 1928, se vino a Venezuela. Por entonces, corrían tiempos de Gómez y Venezuela, aun siendo rural, ocupaba el primer puesto como país exportador de petróleo en el mundo, y el segundo como productor. La población rural se desplazaba masivamente a los campos petroleros y a las ciudades con la ilusión de encontrar mejores oportunidades.
Gracias a sus vínculos y relaciones familiares, logró incorporarse en el Ministerio de Obras Públicas (MOP), donde compartió con destacadas figuras ya mencionadas como Luis Malausena, Carlos Guinand, Gustavo Wallis; y también con Manuel Mujica Millán y Luis Eduardo Chataing. Igualmente trabajó con los ingenieros Manuel Feliper Herrera Tovar, Alberto Smith, Horacio Soriano y José Antonio Vizcarrondo, entre otros. El MOP fue un importante espacio para el debate de ideas sobre la ciudad, el urbanismo, la construcción y las características geográficas, culturales y técnicas. Allí, Villanueva, ocupó el cargo de Director de Edificaciones y Obras de Ornato.
Entre los proyectos desarrollados por el maestro se encuentran: el Hotel Jardín y la Plaza de Toros en Maracay, la Urbanización Rafael Urdaneta en Maracaibo; el Museo Soto en Bolívar; y en Caracas, la Plaza Carabobo, el Museo de Bellas Artes y de Ciencias Naturales del Parque Los Caobos, la Escuela Gran Colombia, la reurbanización de El Silencio; la Urbanización 2 de diciembre (hoy 23 de enero); y por supuesto la Ciudad Universitaria de Caracas, “síntesis de las artes”, en la cual desarrolló a plenitud su visión de ciudad-museo; y que fue declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Patrimonio de la Humanidad.
El 16 de agosto de 1975, el maestro Villanueva, a quien Alexander Calder llamó El Diablo, debido a la complejidad que implicaba la Ciudad Universitaria, cambió de paisaje y plano. Sus restos fueron trasladados al Aula Magna de la Ciudad Universitaria de Caracas donde se le rindió un merecido homenaje.