Vivir por inercia y no desde la racionalidad es una práctica que se ha vuelto muy común en nuestra cotidianidad, y aunado a esto se encuentra la poca disposición que poseemos de analizar el impacto que generan nuestras acciones sobre un entorno inmediato.
Permanentemente tendemos a subestimar la influencia que podemos tener sobre el colectivo, sirviendo esto de justificación para desarrollar conductas que en algunos casos pueden incidir de forma negativa sobre el otro y sin duda alguna también sobre nosotros mismos; siendo asociado esto a un patrón conductual inconsciente que según el médico suizo Carl Gustav Jung «corresponde al conjunto de procesos mentales que se ejecutan de manera automática, es decir, sin que sean pensados conscientemente”. Ahora bien, el hecho de que un individuo desarrolle una acción sin ser razonada previamente no lo exime de la responsabilidad sobre las consecuencias que esta genere.
Hoy ante la crisis multifactorial que afronta la humanidad y ante los elevados índices de descomposición que vive la sociedad, la conducta tanto individual como colectiva frente a tales fenómenos representan un punto de discusión de suma importancia, centrándose básicamente en dilucidar ¿cómo han reaccionado los individuos ante dichos acontecimientos? y ¿cómo ha incidido su conducta en el desarrollo de tales procesos?
Sin duda alguna entre los acontecimientos que han puesto en jaque el destino de nuestra especie, se encuentra el Covid-19 como uno de los más determinantes, y que como pandemia está en pleno desarrollo, golpeando al mundo en general, pero generando un mayor impacto en ciertos territorios, dado al nivel de cumplimento de las medidas biosanitarias dispuestas; entendiendo que las mismas hoy se presentan como necesarias para la detención del proceso de contagio.
Cómo se plantea previamente en lo que corresponde a la situación desencadenada por la presencia del Covid-19, gran parte de la solución recae sobre el cumplimiento de las medidas biosanitarias emanadas por los organismos con competencia en materia de salud a nivel mundial, y que definitivamente pasan a representar la garantía de estabilidad social de toda la humanidad; en pocas palabras, hoy dichas medidas se traducen en nuevas normas sociales que determinan lo que muchos han denominado «la nueva normalidad».
Dada la complejidad de esta situación y que sin duda alguna ha afectado nuestro estado Psíquico; nuestro patrón conductual, nuestras costumbres y así mismo nuestros hábitos han sufrido una transformación de 360 grados, situación que en la mayoría de los casos nos ha trasladado a un completo estado de disconfort que ha de exteriorizarse a través de periodos de ansiedad, desesperación, preocupación y hasta miedo experimentado desde lo individual.
Ver que nuestros vecinos hacen caso omiso al uso del tapabocas , o que en la cuadra en la que vivimos permanentemente se desarrollan fiestas o encuentros que violentan las medidas biosanitarias (que representan hoy el salvavidas de la humanidad) , sin duda alguna aumentan nuestro nivel de preocupación, ansiedad, entre otro elementos representativos de este estado de incomodidad en el que nos encontramos, haciendo de esta situación un callejón sin salida según sea la percepción, es decir, nuestro estado mental es determinado en gran parte por la conducta de quienes nos rodean.
Ciertamente pudiésemos concluir que muchas de las personas que hoy violentan o incumplen las medidas biosanitarias, lo hacen desde la inconsciencia incididos por el desconocimiento de la magnitud que dicha pandemia representa, en resumidas cuentas, actúan sin analizar el daño que pueden generar sobre su entorno y hasta sobre sí mismos, pero así mismo como se hizo referencia previamente «el hecho de que un individuo desarrolle una acción sin ser razonada no lo exime de la responsabilidad sobre las consecuencias que esta genere»; en pocas palabras, conscientemente o no, una persona que incumpla con las normas biosanitarias colocando en riesgo la integridad de quienes lo rodean, es 100% responsable del daño generado, de esto no debe quedar la menor duda; no podemos seguir haciendo de la acción inconsciente un patrón común en nuestro día a día.
¿Qué diferencia tiene un individuo que decide incendiar un establecimiento con personas adentro, a un individuo que ingresa sin ninguna medida de protección biosanitaria a un local, existiendo la posibilidad de que este sea portador de un virus letal que puede ser transmitido tan solo con un estornudo? Quizá la diferencia pudiese ser el objetivo con el que cada individuo realiza dicha acción, entendiendo que los objetivos surgen de un proceso consciente (si es que existe un objetivo) o quizá estamos en presencia de una acción inconsciente, si simplemente se trata de un individuo que actúa sin medir la incidencia de la acción planteada.
Tanto quién procedió a incendiar el establecimiento, como quien ingresó al local poniendo en riesgo de contagio a quienes allí se encontraban, generaron miedo o terror en un grupo específico de personas, y de conformidad con lo establecido por la ONU en el Convenio Internacional para la represión de la financiación del terrorismo, » todo acto destinado a causar (conscientemente o no) la muerte o lesiones corporales u orgánicas graves a un civil o a cualquier otra persona que no participe directamente en las hostilidades… se considera Acto Terrorista«.
Entonces debe quedar claro que hablar de terrorismo rompe sin duda alguna con el cliché de los llamados hombres bomba, entendiendo así que según lo establecido por la Organización de las Naciones Unidas se incorporan a todos aquellos individuos que impulsen o incurran en acciones (de pequeña o gran magnitud) que generen daños sobre otras personas que no estén inmersas en hostilidades. Pudiésemos también dependiendo de los medios o instrumentos utilizados para generar el daño, acudir a cierta clasificación, presentándose en este caso el Bioterrorismo como «el empleo criminal de microorganismos patógenos, toxinas o sustancias dañinas contra la población con el propósito de generar enfermedad, muerte, pánico y terror”.
Quien tenga ojos que vea y quien tenga oídos que oiga, no podemos taparnos los ojos ante un acontecimiento obvio que atenta contra la seguridad de nuestra patria; hoy el ingreso de connacionales por las trochas es utilizado como un negocio, y así mismo como un arma letal en contra de la República Bolivariana de Venezuela por parte de grupos criminales dirigidos sin duda alguna por gobiernos cómplices de la administración Trump, que al mostrar una evidente incapacidad para enfrentar el Covid-19 en territorio norteamericano, pretende generar caos en naciones que con entereza han enfrentado esta situación que no discrimina cultura , género o condición económica .
Hoy un connacional que abandona la posibilidad de ingresar nuevamente a su patria respetando las medidas de bioseguridad generadas por el gobierno Bolivariano, está apostando al Bioterrorismo, está apostando a generar terror en territorio venezolano, terror del que no escapamos ninguno y que en definitiva, terror que solo nosotros podemos abolir con disciplina, constancia y mucha conciencia.