En 2009, Earle Herrera denunció el robo del periodismo y le exigió al ladrón que lo devolviera. A estas alturas nadie se ha presentado a confesar el crimen ni mucho menos a restituir el preciado bien a su legítimo dueño: la sociedad.
En el minilibro, parte de la Colección Guerra Mediática, el profesor Herrera sentencia (de hecho, es la última frase de la obra) que el periodismo recuperará su credibilidad «cuando los periodistas decidamos discutir el periodismo».
Se nos fue este maestro del arte y el oficio de contar la actualidad sin que esa discusión se haya puesto en marcha y, por tanto, con la credibilidad aún desaparecida.
Cuando el debate se lleve a cabo —si es que eso ocurre—, las apreciaciones y reflexiones de Herrera tendrán un valor sustancial. Y no se trata solo del contenido del libro mencionado, sino del ejercicio cotidiano del periodismo por parte de alguien que nunca se retiró de la profesión.
En esa hipotética deliberación, las apenas 30 páginas (Earle fue siempre un mago de la brevedad) de El que se robó el periodismo, que lo devuelva bien podrían ser un faro en medio de las espesas nieblas y de la larga noche que transita este quehacer.
En ese trabajo, prodigio de la capacidad de síntesis, Herrera ubica el momento de la dislocación del periodismo en los primeros años de la Quinta República, cuando los dueños de medios resolvieron ocupar el espacio que había quedado vacío por el colapso se los partidos de la Cuarta. Con ese cambio de rol, la misión de los medios fue desvirtuada y desnaturalizada.
Cronista a tiempo completo, Earle tomó dos frases que soltaron por ahí, en episodios separados, dos jóvenes comunicadores. Con ellas hiló su disertación acerca del «robo» del periodismo.
La primera fue una reportera, quien le confesó a Asalia Venegas (entonces directora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela) que su mayor empeño era “rescatar Informativo 1″. Con ello expresó que se había vuelto un verdadero reto hacer que los periodistas escribieran simples y llanas noticias, es decir, lo que se enseña en la referida asignatura. Ella se conformaría con que en el medio donde trabajaba se cumpliera con el principio básico de la información, ese que se enseña en las primeras lecciones de la carrera, una especie de «mi-mamá-me-mima/ amo-a-mi-mamá» del periodismo.
La segunda frase fue de otro joven comunicador quien habló de la necesidad de «volver al viejo periodismo», pese a que era evidente que no tenía edad para esas nostalgias. Según Herrera, el muchacho hablaba del periodismo riguroso en el uso del lenguaje; apegado a los principios éticos; con relaciones respetuosas, tanto con los dueños de los medios como con las fuentes informativas; y con sentido de pertenencia al gremio. Todo eso estaba ya perdido luego de varios años en los que los medios se habían transfigurado en partidos políticos y —peor aún— en grupos insurreccionales.
El contexto histórico expuesto en ese momento por el prominente educador (recordemos que estamos hablando de 2009) tuvo como anclajes fundamentales la participación de los dueños, y de buena parte de los periodistas, de los principales medios en la conspiración del golpe de Estado de 2002 y del paro-sabotaje petrolero y empresarial de 2002-2003.
Si Herrera hubiese actualizado su libro en estos últimos años de su vida, tendría que haber agregado el largo expediente de la guerra económica; el apoyo a las medidas coercitivas unilaterales, al bloqueo imperialista, al intento de magnicidio, a las invasiones fallidas por Táchira y La Guaira; el respaldo a la farsa del gobierno encargado y su sarta de robos; y a la criminal campaña para propiciar y magnificar una crisis migratoria.
El profesor no actualizó el libro como tal, pero no hay duda de que reflexionó y estimuló a otros a reflexionar sobre todos estos puntos, que configuran la nueva dimensión de la ya larga agonía de nuestro periodismo, una etapa en la que han salido de escena los grandes medios convencionales (derrotados en la guerra mediática) y han entrado a ella los nuevos medios digitales, en su mayoría financiados por potencias extranjeras enemigas del Gobierno constitucional de Venezuela.
Tanto en la etapa de los grandes medios convencionales, como en la actual de la mal llamada «prensa libre» la estrategia ha sido la misma: operar como partidos o como grupos insurreccionales y, cuando el Gobierno o los factores revolucionarios les responden en el tono que ameritan tales categorías, esgrimen su condición de medios y alegan que se pretende coartar la libertad de expresión. «Tiene sus riesgos disfrazarse de maíz y meterse en una gallera», escribió Herrera en su pequeño libro.
Las lecciones que quedan
Son muchas las lecciones que nos ha dejado el profesor Earle, sobre todo con su práctica cotidiana y su determinación de ejercer la crítica y la denuncia no solo para fustigar a la derecha, sino también para advertir sobre las desviaciones de la Revolución.
Específicamente en el libro al que se ha hecho referencia en esta nota, el egregio docente ofrece su mapa de caminos para encontrar de nuevo la ruta del periodismo perdido.
Dice que todo comunicador tiene pleno derecho a su ideología y militancia política, pero no puede ni debe manipular informaciones en aras de esas posturas. No puede distorsionar noticias, sesgar reportajes o convertir una entrevista en un ring de boxeo. No puede inventar hechos ni poner en boca de otros, palabras que no dijo.
Estas prohibiciones son un mandato ético, pero también un instinto de preservación, pues, a su juicio, cuando se pierde la credibilidad, el periodismo deja de funcionar incluso como instrumento de manipulación política, lo que ha quedado demostrado en la extinción de los medios convencionales venezolanos.
Y es aquí donde Earle Herrera destaca la importancia del debate interno, entre comunicadores. Proponía reactivar las deliberaciones en la base del gremio, esas que en su respectivo tiempo histórico hicieron posible la sindicalización de los trabajadores de la prensa; la discusión y aprobación de la primera Ley de Ejercicio del Periodismo y la colegiación de los profesionales.
A pesar de todos los pesares, siempre creyó que alguna vez tendremos de vuelta al periodismo que fue robado: un periodismo comprometido con la verdad, la calidad profesional y el bien de la sociedad.
Cuando eso, pase —si es que pasa—, ojalá alguien se acuerde de darle crédito a Earle. Se lo merece.