Como era lógico esperar las maniobras urdidas desde EEUU y Europa para generar una situación de guerra en Ucrania, confirmada en un salvaje aparato de medios de comunicación a su servició y un escalamiento armado continuado a los poblados de Donetsk y Lugansk, terminaron por desencadenar la operación militar de la Federación de Rusia en Ucrania con dos objetivos en primera instancia: desmilitarizar y desnazificar a dicho Estado.
Claramente en esta escalada no podemos obviar la maniobra que ubicó en el poder político de Ucrania a una élite de políticos sostenidos bajo la bandera neo nazi y con el amparo y protección de occidente (EEUU – Europa), cuya mano hasta el codo estuvo involucrada en el golpe de Estado de 2014 en contra del entonces Presidente Viktor Yanukovich para colocar un gobierno títere al servicio de Washington y con disposición absoluta de ser parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN, incrementando la amenaza a la seguridad, integridad territorial y existencia como Nación de Rusia.
Esto hace obvio el no cumplimiento de Ucrania de los Acuerdos de Minsk, firmados entre Rusia y Ucrania en 2015, que buscaban una salida política y pacífica al conflicto así como mayores compromisos para evitar indeseables escaladas militares. El estancamiento de estos acuerdos y el hostigamiento hacia Rusia fue la constante.
Dos razones de fondo enmarcan este momento de conflicto. En primer término evitar a todo costo la expansión económica y energética de la Federación de Rusia, donde los proyecto Nord Stream I y II son un punto de inflexión, que junto a la República Popular China son ya hegemones con los cuales EE.UU tiene que convivir, aunque pretenda sostener su exclusiva pero caduca «pax americana» a punta de amenazas, sanciones violatorias del derecho internacional y agresiones militares directas o indirectas.
Lo segundo es el proceso incrementado de expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN y su máquina de guerra capitaneada por Washington hacia europa del Este, cuestión que se evidencia en la incorporación desde 1990 de 12 nuevos estados, muchos de ellos de la extinta Unión Soviética, violando el compromiso de occidente de no expandir esta máquina de guerra hacia esa zona, sumando a ello la desatención de reclamos por parte de la Federación de Rusia como garantías de seguridad que permitan sostener una estabilidad estratégica para todos, en un continente que apenas el siglo pasado vivió dos terribles guerras mundiales.
Como adición preocupante, la misma OTAN sin tapujos declaró en 2019 que su principal amenaza era ni más ni menos que la Federación de Rusia, lo que implica tener desde Ucrania, con su eventual ingreso a esta organización, todo su aparato bélico en las narices de Rusia amenazando de lleno su espacio vital, como el que tiene cualquier país del mundo, por ejemplo EEUU con la teoría de protección territorial de sus dos mares, tanto hacia el Océano Atlántico como hacia el Océano Pacífico.
Esto último fue clave para el escalamiento en la crisis de los misiles en la República de Cuba de 1962, que durante trece días tuvo en vilo de una guerra nuclear al planeta, y que no escaló militarmente por un acuerdo entre EEUU y la Unión Soviética. Hoy en día las cosas en materia diplomática han sido muy distintas ya que los reclamos rusos fueron desoídos como parte del plan descrito.
La propia euforia de agresión multi factorial como respuesta de occidente a la acción militar de Rusia, demuestra la ausencia absoluta de voluntad política para generar acuerdos que diplomáticamente no condujeran a acción militar alguna, por el contrario, el hostigamiento, amenazas y agresiones constantes contra Moscú con una expansión inaceptable de la OTAN en tiempos de paz, fueron la clave de la situación de conflicto militar actual.
Ello incluye, no solo exclusiones deportivas, sino la violación abierta a la libertad de expresión e información con las agresiones a Russia Today y Sputnik, en ese ejercicio de fundamentalismo liberal que ha conducido a EEUU y Europa a actuar con medidas extremas sin medir las consecuencias de estas acciones a futuro.
De hecho la República Bolivariana de Venezuela fue enfática, al tiempo de apoyar a Rusia en su derecho a defenderse, en su llamado a generar espacios multilaterales y constructivos para una solución pacífica y duradera a la crisis de Europa del Este, afirmando a través de su delegación en Naciones Unidas:
“Enfatizamos que ésta es la única institución en el mundo con la capacidad, la experiencia y los instrumentos necesarios para alcanzar el arreglo pacífico de las controversias en la magnitud que enfrentamos hoy; cual es, la creciente amenaza de un conflicto mundial entre potencias nucleares (…) rechazamos la aplicación de medidas coercitivas unilaterales y de retaliación, bajo su forma económica, comercial o financiera, pues intensificarán la crisis y prolongarán el conflicto. Cuando la humanidad sigue sintiendo los efectos de la pandemia de la COVID-19, se va a imponer – por diseño – una nueva crisis económica global, con el expreso propósito de generar sufrimientos sobre centenares de millones de personas en todo el mundo. Una crisis generada deliberadamente, para desestabilizar a una potencia nuclear. Ese, no es el camino a la paz”.
La realidad actual es que esta crisis escalada cuyas líneas rojas fueron cruzadas hace tiempo en la determinación de EEUU y Europa de frenar la expansión de al civilización oriental, implica un cambio de época en una pos pandemia donde la propia República Popular China se ha erigido en al motor económico mundial y la Federación de Rusia en una potencia energética y militar de amplia consideración.
De continuar el demencial ejercicio del unilateralismo estadounidense y una “pax americana” que ha muerto por la fuerza de los hechos, momentos más tensos vivirá la humanidad. La hegemonía ya no es exclusiva y no aceptarlo, diseñando un nuevo acuerdo mundial adaptado a esta situación, pone en peligro sin duda a la humanidad toda.
Por: Walter Ortiz