En el corazón de Miranda, donde el tiempo parece detenerse entre casas coloniales y caminos de tierra, un repique de tambor anuncia lo extraordinario: Tan, tan tan… Es el llamado de los Diablos Danzantes de Yare, una cofradía que, desde 1749, baila no para desafiar a Dios, sino para rendirse ante Él.
Esta no es una fiesta cualquiera. Nueve semanas después de Semana Santa, cuando el polvo de la sequía histórica que la originó aún parece flotar en el aire, Yare se viste de rojo. Rojo como el fuego, como la sangre, como la fe inquebrantable. Los diablos —hombres de todas las edades— se postran ante la iglesia de San Francisco de Paula, esperando el permiso sagrado para danzar. No son seres del infierno, sino promeseros: creyentes que, con cada paso, escriben una historia de sincretismo y resistencia.
La danza que derrota al mal
La ceremonia es un ritual geométrico, 98 altares tejidos por el pueblo, mesas adornadas con flores y el Santísimo expuesto como testigo. Los diablos avanzan en cuatro movimientos sagrados: El corrido que trazando cruces en el aire, el escobillado donde van saltando como llamas vivas, el reposo donde se arrodillan en humildad y la bamba, el momento más íntimo, donde las plegarias suben al cielo entre el repique de la caja (ese tambor solitario que guía el ritual).
Y entonces, el clímax: las máscaras —monstruosas, coloridas, coronadas por cuernos que denotan jerarquía— caen al suelo.
Es la rendición, el bien vence, el mal se doblega…
Máscaras que hablan
Cada diablo lleva consigo un símbolo tallado a mano, 2 cuernos: representa la dualidad del bien y el mal, 3 cuernos: la Santísima Trinidad, 4 cuernos: los puntos cardinales, la universalidad de la fe.
Visten de rojo head-to-toe, pero no es un disfraz: es armadura. Collares con escapularios, cruces de palma bendita, maracas que ahuyentan tentaciones. Detrás de ellos, mujeres vestidas de blanco y rojo —guardianas con látigos— vigilan que ningún diablo se desvíe del camino.
Una tradición que se multiplica
Yare es solo el epicentro; en Venezuela, 11 cofradías de Diablos Danzantes repiten este ritual, desde los pueblos costeros de Aragua hasta las montañas de Guárico. Pero Yare es la madre de todas, la que en 2012 la UNESCO coronó como Patrimonio de la Humanidad, no por su folclor, sino por su esencia: un acto de fe que sobrevivió a sequías, olvidos y modernidades.
Hoy, la Ruta Turística de los Diablos invita a perderse por sus calles, a probar el dulce de lechosa, a escuchar historias de capataces que enseñan a los niños a bailar con devoción. Porque aquí, el diablo no es una figura de miedo: es un siervo que, al final, siempre se arrodilla.
En Yare, hasta el mal tiene ritmo… y al final, siempre pierde.