El Padre Numa Molina es víctima de una campaña de infamias fraguada por la Conferencia Episcopal Venezolana. El Padre ha dicho una gran verdad por medio de una metáfora afortunada: “un trochero es un bioterrorista que te puede quitar la vida a ti y a tus seres más queridos”. No pudo haberlo dicho mejor.
Esto hizo reflexionar en primer lugar a las familias que estaban dispuestas a recibir a sus hijos pródigos: a partir de este mensaje le exigieron a sus parientes que si tenían la intención de volver a casa siguieran el protocolo de despistaje y cuidaran la salud de todos. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, les recordaron.
El mensaje también hizo recapacitar a los mismos connacionales que regresaban ilegalmente, quienes por una razón humanitaria básica no quieren contagiar a sus seres queridos: se comenzaron a preguntar si era ética y espiritualmente correcto que sus seres amados sufrieran por un acto de negligencia que bien pudieran evitar. Muchos comprendieron el hondo sentido cristiano que subyace en la pregunta del Padre Numa: “¿Qué es mejor, entrar por las trochas corriendo peligros o entrar legalmente por los puntos de control? Tú no sabes si estás infectado o no, y si lo estás te conviertes en arma letal sin saberlo para muchas personas comenzando por tu familia que te espera”.
Igualmente, en las comunidades la gente se activó para resguardar la salud colectiva. Se organizaron brigadas para sensibilizar tanto a los trocheros como a las familias. Lo mejor es que no hubo necesidad de recurrir a la represión, prevaleció el espíritu de solidaridad y la estrategia de la información. Un mensaje cargado de verdad se convirtió en un factor de unidad y movilización.
Por tanto, el plan fraguado desde los laboratorios de USA – Colombia, de usar a los migrantes venezolanos como caballos de Troya contra Venezuela y su gobierno, se les venía abajo. Su estrategia era esparcir el Coronavirus entre la población venezolana, hacer colapsar el servicio de salud y la capacidad de respuesta del Estado, y crear una crisis humanitaria de grandes dimensiones. ¿El propósito? mermar la base social de apoyo a la revolución y reducir la credibilidad del gobierno bolivariano. Así, a la vuelta de unos pocos meses, con una población enferma y desmotivada, darían un golpe de Estado o invadirían el país.
Pero se encontraron con que un humilde cura, quien goza de una inmensa autoridad entre toda la población, era capaz de destruir en una sola homilía el siniestro plan que con tanto esfuerzo ellos habían fraguado. Recomendaba a los que regresaban por las trochas ilegales: “Entren por los pases autorizados, bienvenidos a su patria pero sométanse a la cuarentena, no vengan a infectar a los y las venezolanas”.
En EE. UU. y Colombia se alarmaron. Había que actuar de manera terminante y evitar, además, que los connacionales que huían del infierno que les había tocado vivir en el extranjero, se toparan con la hospitalidad y cuidados con que sus hermanos venezolanos y el gobierno nacional tratan a todos los que están de vuelta. Esto no podía tolerarse; muchos se fueron denigrando de su país y del Presidente y ahora eran recibidos con compasión y afecto. De modo que varios ya estaban pensando: entonces Maduro no es un malvado dictador, más bien se parece al sándalo, que perfuma el hacha que lo hiere.
Los que planificaban sus argucias contra Venezuela concluyeron ¿Tanto gastar en campañas para que los venezolanos se convirtieran en agentes transmisores del virus, para que en un minuto un cura los persuada acerca del daño que podían ocasionar? Esto es intolerable.
Había que actuar rápido. Pensaron, si un sacerdote había desbaratado los planes de guerra bacteriológica, entonces otro cura debía desmontar sus argumentos y desacreditarlo. Toda una estrategia geopolítica estaba en juego. Pero no encontraron un solo sacerdote con suficiente liderazgo para rebatir por sí solo el mensaje del Padre Numa Molina. Optaron, entonces, por el agavillamiento. Desde diferentes lugares se acercaron como lobos tras su presa. En la Compañía de Jesús dijeron: “ofendió la dignidad humana de los connacionales que regresan en condiciones irregulares debido a los controles desmedidos impuestos por el régimen. Se alineó con la postura del régimen de Nicolás Maduro, que acusa al gobierno de Colombia de usar a los retornados para propagar en Venezuela el covid-19”. Con saña apenas disimulada el padre José Palmar se refirió a “la barbarie expresada por el enchufado Numa Molina” y propuso: “debería ser expulsado o con destino a una provincia remota en Asia”.
Nadie creyó en los argumentos ni en la buena intención del Sanedrín. Cada vez que alguno de ellos hablaba, más se reafirmaba la verdad de lo expresado por el Padre Numa. El pueblo ya había oído al cura del pueblo, y entendido los mensajes de amor que subyacen en la reprimenda que hizo a los connacionales que regresan y en el llamado de alerta que extendió a las familias. Por más que insistieran los mercaderes del templo, el pueblo oyó a su pastor. Esta es la razón por la que lo atacan tan ignominiosamente.
Los que adversan al padre Numa no saben que, mientras ellos actúan guiados por la rabia y el odio, a él lo guían la compasión y el altruismo. Con él el evangelio no se queda en los altares: recorre los barrios, entra a los hogares de los humildes y se integra a la vida cotidiana del pueblo. Asume los riesgos de ponerse de lado del pueblo y orientarlo.
Con su prédica el padre Numa Molina puso en evidencia el siniestro plan de los enemigos del pueblo venezolano. Y eso no se lo perdonan los que medran con el sufrimiento ajeno. Sin embargo, él los perdona y les hace un llamado a la reflexión. No los descalifica ni pide que se les castigue por propiciar la sedición y conspirar contra la salud del pueblo venezolano. Les invita a orar, a encontrase con el Jesús que anduvo predicando el amor al prójimo. Es más, aun sabiendo que el pueblo venezolano reaccionó airadamente ante las amenazas subrepticias del episcopado, no se valió de esa mayoría y llamó a la concordia. Invitó a sus adversarios de sotana a trabajar juntos por Venezuela y la salud del pueblo. En las calles la gente reclamaba: “el que se mete con el Padre Numa se mete con todos”, y el padre Numa a pesar de que en su mensaje no hubo agravios contra nadie, con la humildad de un cristiano genuino, pidió perdón si alguien se había sentido lesionado. Repitió: “donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya odio, ponga yo amor ”.
Por José Gregorio Linares